Han pasado ya más de doce años desde que un sonar detectó esta estructura, en las profundidades del Mar Báltico, una extraña formación circular que muchos definen como una estructura única. Conocida como la “Anomalía del Báltico”, este hallazgo se convirtió rápidamente en un tema de debate global, abarcando desde la geología seria hasta las teorías más fantásticas sobre OVNIs y civilizaciones perdidas.
El descubrimiento se produjo en 2011, cuando los buscadores de tesoros suecos del equipo Ocean X realizaban una exploración de rutina en el Golfo de Botnia, entre Suecia y Finlandia. Lo que debería haber sido un último barrido del sonar acabó revelando una estructura perfectamente circular de unos 60 metros de diámetro, ubicada a unos 90 metros bajo la superficie.
Las primeras imágenes generaron asombro: la estructura parecía tener escalones, un domo elevado y un agujero central oscuro. A escasos 200 metros, el sonar detectó otro objeto sin explicación clara. Los propios buzos, liderados por Peter Lindberg y Denis Åsberg, reconocieron que no se trataba de un naufragio ni de una formación marina habitual.
Cuando Ocean X regresó al sitio, la intriga se multiplicó. Según relataron los buzos, equipos eléctricos y teléfonos satelitales dejaron de funcionar en las inmediaciones de la estructura, para volver a encenderse una vez alejados. Estos episodios alimentaron teorías de ciencia ficción que hablaban de un artefacto tecnológico hundido, un posible OVNI o incluso restos de un arma secreta de la Segunda Guerra Mundial.

El análisis científico de la estructura
La ciencia, como era de esperar, trató de dar explicaciones más sobrias. El equipo Ocean X recuperó muestras físicas de la estructura, que fueron analizadas por el geólogo marino Volker Brüchert, de la Universidad de Estocolmo. Sus conclusiones apuntaban a lo previsible: la mayor parte estaba compuesta de granito, gneis y arenisca, rocas comunes en el fondo marino, moldeadas probablemente por el paso de glaciares hace más de 140.000 años.
No obstante, algunas muestras parecían contener material volcánico, lo que abrió otra posibilidad: que la estructura fuera el resultado de un antiguo volcán submarino combinado con movimientos glaciares. Esta teoría encajaría con los procesos naturales de la zona, aunque no resuelve del todo la simetría casi perfecta del objeto.
Otros investigadores no quedaron convencidos. El geólogo Steve Weiner, de la Universidad de Texas, llegó a afirmar que algunas pruebas mostraban metales “que la naturaleza no podría producir por sí sola”. Aunque esta afirmación circuló en medios y foros, nunca ha sido validada por publicaciones revisadas por pares, lo que deja en entredicho su veracidad científica.
The Baltic Sea Anomaly ⁉️
Mysteriously shaped object found on the sea floor and I bet you can guess what the experts had to say about it. pic.twitter.com/3Y1iHmsBY3
— Filip Zieba (@filspixel) February 14, 2025
Una estructura atrapada entre mito y geología
La cobertura mediática jugó un papel fundamental en mantener viva la discusión. Discovery Channel dedicó un reportaje a la estructura, presentándola como uno de los mayores enigmas submarinos. Algunos arqueólogos marinos, como Göran Ekberg, sugieren que lo más probable es que sea una morrena, es decir, una acumulación de rocas y sedimentos arrastrados por glaciares. Aunque admiten que su forma circular y su disposición escalonada resultan peculiares, recuerdan que la naturaleza ha generado patrones incluso más sorprendentes.
El propio Lindberg, uno de sus descubridores, reconoce que ha sido “el mayor escéptico”. Para él, la experiencia de encontrar la estructura fue extraordinaria, pero admite que sigue sin haber consenso. Cada especialista aporta una visión distinta, desde quienes defienden un origen natural hasta quienes insisten en que podría tratarse de algo construido o manipulado por manos humanas en un pasado remoto.
Una estructura que sigue sin respuesta
Lo cierto es que la estructura del Mar Báltico continúa siendo un misterio abierto. La falta de estudios exhaustivos in situ y la profundidad relativamente accesible —90 metros— hacen pensar que futuras expediciones podrían arrojar más luz. Sin embargo, los costes y la complejidad de operar en esas condiciones han ralentizado las investigaciones.
Mientras tanto, la estructura se mantiene como un icono en la intersección entre ciencia y especulación. Para unos, es un simple capricho geológico. Para otros, la evidencia de que aún desconocemos mucho sobre el pasado y sobre lo que yace bajo los océanos. Lo indiscutible es que esta estructura ha logrado mantener en vilo a la comunidad científica y al público general durante más de una década. Y todo apunta a que seguirá alimentando titulares, documentales y teorías por muchos años más.