En una revelación que podría alterar nuestra comprensión de la Tierra en sus inicios, científicos han desentrañado evidencia que sugiere una visión radicalmente diferente del joven planeta, un escenario en el que las condiciones eran propicias para los terremotos y la actividad tectónica, mucho antes de lo que se pensaba.
Este descubrimiento se basa en la investigación liderada por Simon Lamb, geofísico de la Universidad de Wellington, y Cornel de Ronde, científico de GNS Science, quienes han unido piezas de un rompecabezas que se extiende desde las remotas profundidades bajo el Océano Pacífico hasta un rincón aislado de Sudáfrica.
Este equipo ha dirigido su atención hacia dos regiones geográficamente distantes pero intrínsecamente conectadas por la historia geológica de nuestro planeta: el Cinturón de Piedras Verdes de Barberton en Sudáfrica y el lecho marino frente a la costa de Nueva Zelanda. Ambas áreas, separadas por miles de kilómetros y millones de años, comparten características que arrojan luz sobre el estado de la Tierra hace más de 3.300 millones de años.
Los investigadores explicaron en un artículo para The Conversation que el trabajo de De Ronde para mapear detalladamente el Cinturón de Piedras Verdes de Barberton fue fundamental para este descubrimiento. Este antiguo lecho marino, formado cuando el planeta tenía poco más de mil millones de años, presentaba una composición que desafiaba la comprensión tradicional de la tectónica de placas en aquel entonces.
La Tierra oculta secretos que se empiezan a descubrir
Lo que inicialmente parecía un enigma geológico comenzó a aclararse cuando Lamb y De Ronde examinaron las formaciones rocosas en Nueva Zelanda, depositadas en el lecho marino hace unos 20 millones de años. Estas formaciones resultaron ser el resultado de deslizamientos de tierra submarinos desencadenados por grandes terremotos, similares a los observados en el Cinturón de Piedras Verdes.
La clave de su investigación fue la observación de que la Tierra primitiva, lejos de ser una esfera inactiva de magma fundido, era un planeta dinámico y activo, sujeto a terremotos significativos provocados por el movimiento de las placas tectónicas. Este descubrimiento refuta la noción previa de que la superficie temprana de la Tierra era demasiado blanda para soportar tales fuerzas.
Este hallazgo tiene implicaciones profundas, no solo para la comprensión de la geología de la Tierra primitiva sino también para nuestra comprensión de cómo pudo haber comenzado la vida en nuestro planeta. Las zonas de subducción, donde una placa tectónica se desliza debajo de otra, son conocidas por ser sitios de intensa actividad volcánica. Lamb y De Ronde postulan que la actividad volcánica relacionada con estas zonas de subducción podría haber sido un caldo de cultivo para la vida, proporcionando las condiciones necesarias para la formación de moléculas orgánicas básicas.
Los científicos citan el ejemplo del volcán Hunga Tonga-Hunga Ha’apai, cuya erupción en 2022 liberó una cantidad de energía comparable a una bomba atómica de 60 megatones. Este evento generó una enorme nube de ceniza volcánica, acompañada de una impresionante tormenta eléctrica. En contextos similares, las cenizas volcánicas y los rayos podrían haber jugado un papel crucial en la síntesis de compuestos orgánicos primordiales.
Además, el estudio señala la presencia de boninita, un tipo raro de lava que era común en la Tierra primitiva, en erupciones volcánicas submarinas cerca de Tonga. La presencia de grandes cantidades de ceniza volcánica en el Cinturón de Piedras Verdes de Barberton sugiere que estos eventos no solo fueron comunes sino que también podrían haber sido fundamentales para la creación de las condiciones necesarias para el origen de la vida.
Este enfoque interdisciplinario, que vincula la geología antigua y moderna, ofrece una ventana única al amanecer de los tiempos en la Tierra. Al hacerlo, no solo desafía las concepciones previas sobre la naturaleza de nuestro planeta en sus inicios sino que también sugiere que los procesos que podrían haber dado lugar a la vida son más antiguos y universales de lo que se había considerado anteriormente.
Este trabajo subraya la complejidad y dinamismo de la Tierra a lo largo de su historia, destacando cómo el estudio de su pasado geológico puede iluminar los orígenes de la vida misma.