A Miriam Cabrera la daban por muerta. Al menos su expareja, quien le asestó, presuntamente, puñaladas sin piedad, la intentó degollar, la envolvió en mantas y por último le pegó varias patadas para cerciorarse de que ya estaba sin vida.
Fue el 11 de marzo en Icod de los Vinos, donde ella se había comprado un piso en el que vivía con su hijo de 12 años y del que salió arrastrándose a la calle, con los intestinos por fuera, tras lograr sobrevivir.
Ese día Miriam no trabajó y su pareja, con la que llevaba siete meses, pero al que conocía desde la infancia, llevó al niño al colegio. Hasta el momento nunca la había agredido y tampoco amenazado. Su problema eran los celos y al regresar, volvieron a discutir por el mismo tema. Él le dijo que no podía más y que se iba.
“Ni siquiera fue algo violento ni hubo gritos”, recuerda.
Lejos de hacerlo, cuando ella entró al baño la apuñaló supuestamente. La cogió de improviso. Fue a las 10.20 horas y la recogieron en la calle, exhausta y desangrada, a las 14.15 horas. “Fueron casi cuatro horas de tortura”, confiesa. Acto seguido, X -como lo llama- se sentó a su lado, se puso a fumar un cigarrillo con el cuchillo en la otra mano “y vio cómo me desangraba, no tuvo ni un solo minuto de piedad”. Al final la drogó, obligándola a tomar en tres puñados 19 pastillas de diazepam para que se callara, “porque no me moría”.
Inmediatamente Miriam pensó en su hijo de 12 años que estaba a punto de llegar del colegio y temió por su vida, así que le pidió que la matara de una vez. Fue entonces cuando la degolló, la envolvió en unas mantas y le asestó un par de patadas para comprobar que estaba sin vida. “No quejarte cuando te duele hasta el pelo es complicado, pero hacerme la muerta era la única posibilidad que tenía de sobrevivir y también mi hijo”, sostiene. Nadie se explica cómo esta mujer de 37 años, que había perdido casi tres litros de sangre en el cuerpo, quitó los cerrojos de la puerta, bajó cuatro plantas y llegó a la calle para pedir ayuda, dado que X la había dejado encerrada y se había llevado las llaves y su teléfono.
Los primeros que la encontraron fueron unos operarios del servicio municipal de limpieza viaria, Icodemsa, quienes inmediatamente llamaron a la ambulancia, la Policía Local y la Guardia Civil y en minutos llegaron al lugar para atenderla. La noticia salió en este periódico y en todos los medios de comunicación, conmoviendo a la Isla, aunque es ahora cuando realmente se conoce qué fue lo que sucedió, porque Miriam ha decidido habla. En esta entrevista con DIARIO DE AVISOS afirma que su testimonio sirve de ayuda a terceros y a ella le hace bien.
“Empecé a hacerlo como terapia personal, y cuanto más lo cuento, más me vacío y siento que ayudo a otras personas. Es algo mutuo”, declara.
El cirujano le explicó que las puñaladas “fueron completamente premeditadas, no al azar”, porque se produjeron a un milímetro de la aorta. “Fue un intento de asesinato consumado, desde el principio hasta el final, aunque yo sobreviví. Es un poco surrealista contar tu propio asesinato, pero fue así, tal y como consta en la acusación, no fue un intento de homicidio”, aclara.
Miriam estuvo cuatro semanas inconsciente, casi en coma, y cuando se despertó, en abril, lo hizo sola, con un montón de extraños alrededor, sin nadie de su familia y sin entender el porqué. España estaba en estado de alarma por la COVID-19.
Su tercera intervención fue a consecuencia de un tromboembolismo pulmonar que le colapsó un pulmón, le reventó la pleura y entró en parada. Su estado era tan grave que, a pesar de estar Canarias en fase cero por la COVID, los médicos llamaron a su madre para que la viera, ya que no tenían muy claro si iba a poder salvarse.
Le tuvieron que reconstruir los intestinos, coser el hígado, el bazo y el duodeno. Además de unas cicatrices “terribles” que no tienen tratamiento porque la cirugía plástica en su caso le dejaría dolores crónicos de por vida, no puede levantar peso nunca más ni hacer deporte.
Tampoco trabajar como auxiliar de geriatría y excederse de los 60 kilos de peso aproximadamente, pues las cicatrices le desbaratarían la piel y los intestinos. “Es durísimo verte las marcas, estoy abierta desde el pecho hasta debajo del ombligo, pero también lo que representan”, confiesa.
Una superviviente
Sin embargo, ella las considera sus “marcas de guerra” y lejos de lamentarse y sentirse una víctima se considera una superviviente de la violencia de género, “porque luchó contra uñas y dientes y ganó”.
Esta mujer pudo elegir no levantarse más de la cama, seguir tomando medicación y depender de terceros, pero tiene claro que eso no le ayuda. Asegura que “se puede ser feliz” y quiere que la gente lo sepa.
Por eso quiere ayudar a otras víctimas para que no sientan vergüenza ni culpabilidad, animarlas y decirles que “aunque te queden secuelas, estás viva, puedes reírte, pasar una tarde disfrutando con tus amigos, prepararte para abrirte puertas laborales y ponerte metas. Esto último es fundamental para no quedarte a la deriva. Tener objetivos para centrarte en lo bueno y dejar de pensar en lo malo”.
Miriam es atea y ni siquiera está bautizada, aunque desde el momento en que supo que iba a morir, tirada en el suelo y “agarrándose a un hilito de vida”, sintió la presencia de Dios, que la acompaña desde entonces.
Un día se cruzó en la calle con Francisco, párroco de Icod de los Vinos, con quien forjó una amistad y quien la prepara para su bautismo, comunión y confirmación, ya que al ser mayor de edad entra todo en el mismo proceso. “Está siendo toda una experiencia”, apunta.
Su madre siempre insistió en que estudiara y años después, la vida le demostró que tenía razón. Mientras trabajaba y criaba a su hijo, sacó el bachillerato y luego entró a la UNED, donde cursa segundo año de Derecho. El segundo cuatrimestre lo perdió porque todavía necesitaba ayuda para caminar, bañarse y comer. No bajó los brazos, se presentó en la convocatoria de exámenes de septiembre, aprobó varias asignaturas y la próxima semana tiene cita para renovar su matrícula.
Durante todo este tiempo tuvo el apoyo incondicional de su familia y amigos. “Sin ellos, no me salvo”, asegura.
Su supuesto agresor está detenido a la espera de juicio para el que todavía no hay fecha. Pese a todo lo que sufrió, Miriam tiene inexplicablemente todas las ayudas de violencia de género y de delitos violentos denegadas. “Supuestamente no me pasó nada”, ironiza. Ahora mismo tiene otras prioridades, como la declaración ante el fiscal, el juez y el médico forense, pero piensa luchar para que se le concedan las prestaciones a las que tiene derecho, otra batalla que intentará ganar y se aferra a ello. “Caso contrario, no entiendo en qué consiste la violencia”, sentencia.
Su madre, una pieza fundamental en su vida
El apoyo de su madre, María Dolores García Martín ha sido fundamental y quien emocionalmente se llevó la peor parte porque ha estado un mes esperando si la desconectaban o no. “Yo la miro y veo la mujer que quiero ser”, subraya Miriam.