El mayor éxito político (en el concepto más maquiavélico) de Pedro Sánchez en cuanto a posesión y toma de control de poder puro y duro no es en realidad, aunque pueda parecerlo, el retorcimiento de las leyes, como la Amnistía y muchas más, para pagar en cómodos plazos la hipoteca de vivir en La Moncloa. Ni siquiera su colonización, lenta pero inexorable, para cooptar partidistamente todas las instituciones del Estado (desde RTVE hasta el CIS, pasando por la Fiscalía o todos los elementos de control y arbitraje sobre el propio Ejecutivo o entre instituciones públicas o privadas).
En realidad, en el mundo de los prodigios del Amado Líder, quedará para la Historia (y se tardará mucho en desprenderse de manto de sospecha) su capacidad para intervenir directamente en los dos mecanismos de “contrapoder” que siempre se ejerce sobre cualquier Gobierno que pretenda denominarse democrático: los medios de comunicación y los tribunales de justicia. No solo lo está haciendo con un puño de hierro impensable para un Partido sin mayoría absoluta (en realidad, que ni siquiera es primera fuerza en el Parlamento), y con el inestimable e imprescindible apoyo de sus muy progresistas socios. Sino que, además, está consiguiendo imponer su “relato” de los hechos, su “verdad” bajo el sofisma de que quien esté en contra de su criterio, de sus acciones o de su estrategia no es que esté equivocado o discrepe, es que sencillamente es un enemigo de la Democracia.
Sobre el primero de ellos, el señalamiento de periodistas y medios “no adeptos” al Poder, y el anuncio (pronto lo veremos más concretado) de implantar progresivamente un orweliano Ministerio de la Verdad que nos diga qué debemos creer, para así controlar qué debemos pensar, tendremos tiempo de hablar más detenidamente. Baste decir por ahora lo curioso que resulta, no sé si por ingenuidad, por incredulidad o por miedo, la escasa o nula resistencia (salvo excepciones) de los propios medios de comunicación, en una más que tibia reacción que puede que llegue cuando ya sea demasiado tarde.
Pero, por cuestión de actualidad y capacidad de asombro, parece mucho más reseñable que la descarada instrumentalización de la Justicia (jamás mejor descrita que con la gloriosa pero sincera frase: “¿…la Fiscalía de quién depende? ¡Pues ya está!”) es haber conseguido (y dado por normal) un Tribunal Constitucional convertido no ya en órgano de arbitraje y garantías sobre que cualquier cuestión legal o competencial se ajuste al marco constitucional, sino en un Consejo de Sabios capaz de “volver a juzgar” aquellas sentencias dictadas por los Tribunales de Justicia -con todas las garantías procesales, las diferentes instancias y la capacidad de recurso de las partes, incluido el Tribunal Supremo- que no le guste, no les venga bien, o simplemente entorpezca de alguna manera los planes del Gobierno.
A ver si nos entendemos, es como un VAR del fútbol que no solo corrige cuando le de la gana y sin dar más explicaciones a los árbitros (y los amenaza con bajarlos a Segunda), sino que lo va a hacer incluso después de finalizados los partidos. Por ejemplo, esta Liga, aunque ya esté finalizada, con este curioso sistema de Video Arbitraje, podría ser “reinterpretada” en cada Partido y reasignados los resultados para que el Betis (por decir un equipo que cae bien a casi todo el mundo) sea proclamado Campeón (…sobre todo si sus votos son necesarios para elegir al presidente de la Federación).
Solo así se entiende la reinterpretación de las condenas (firmes, o así se consideraba en Derecho hasta ahora) por la mayor trama de corrupción de toda la historia de la Democracia, como son los ERE de Andalucía: más de 680 millones € de dinero público malversado (y jamás recuperados, de hecho se renunció a intentarlo), con episodios chuscos de prostitución y drogas propios de Torrente, en un sistema clientelar de beneficios económicos y control político, con siete condenados (incluidos expresidentes de la Junta y exministros) a 135 años de cárcel. Todos ellos del PSOE ¡Casi nada!
Como diría Miguel Bosé, los ERE nunca existieron. De hecho, la ex ministra condenada y “perdonada” Magdalena Álvarez, sin ni siquiera ponerse colorada, es capaz de afirmar que todo fue un “montaje político” (¿y el dinero? bah… pelillos a la mar). No se preocupen… no pasa nada: la Liga está ganada.
Análisis de: José Alberto Díaz-Estébanez – Periodista y Diputado por CC en el Parlamento de Canarias