La pesca del angelote

El fundamentalismo argumental nunca fue buen compañero de viaje. Entre otras razones, ya sabes, qué te voy a contar, porque las posiciones inamovibles e inflexibles, esa tentación de pontificar, no son herramientas útiles para crecer

El fundamentalismo argumental nunca fue buen compañero de viaje. Entre otras razones, ya sabes, qué te voy a contar, porque las posiciones inamovibles e inflexibles, esa tentación de pontificar, no son herramientas útiles para crecer. Tampoco para defender los derechos de los animales, que se les trate bien y respete. Objetivos -estos, y otros- que merecen ser apoyados, sí, pero a los que flaco favor hacen quienes tienen en el fundamentalismo animalista su bandera; por ejemplo, algunos que a raíz de lo aquí escrito días atrás a cuenta de la cría de tiburón que mató un jugador de fútbol -Pasarse de la raya, se tituló- arremeten, descalifican y acusan de insensibilidad. Volvamos, pues. Vamos allá. Se dijo, y reitera, que resulta desproporcionado exigir a los bañistas un doctorado en especies protegidas y al futbolista una sanción por pescar angelotes; lisa y llanamente porque, fíjate tú, en fin, el tal no estaba pescando. Que se sepa, el jugador no estudió mareas o cambios de temperaturas, ni utilizó cebo, anzuelo o gancho. Exageración y absurdo son un cóctel letal, explosivo: cuando se agita puede ocurrir que una asociación exija una sentencia ejemplar porque -dicen- son ya muchos años denunciando la pesca ilegal de tiburones. ¿Pesca ilegal?, ¿están de broma?; pero, ¿alguien les ha contado que el hombre estaba entrenando? La legislación prohíbe la captura, tenencia a bordo, desembarco o comercialización del angelote, vale, de acuerdo, pero, en fin, ¿y qué tiene que ver eso con lo que hizo el futbolista? Y el Ayuntamiento de Santa Cruz insistiendo en que abrirá una investigación -es de traca-. Qué daño hacen a la labor de los animalistas quienes sacan las cosas de quicio con exageraciones, absurdos y fundamentalismos.

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