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Pareja de reyes

Finalmente, el pasado día 28 el Congreso de los Diputados celebró la sesión conmemorativa solemne, presidida por los reyes, de las primeras elecciones democráticas posteriores al régimen franquista y de los subsiguientes cuarenta años de democracia

Finalmente, el pasado día 28 el Congreso de los Diputados celebró la sesión conmemorativa solemne, presidida por los reyes, de las primeras elecciones democráticas posteriores al régimen franquista y de los subsiguientes cuarenta años de democracia. Una democracia débil, titubeante y sin referencias, pero democracia al fin y al cabo. En realidad, el aniversario se cumplía el jueves 15 anterior, pero la absurda moción de censura de Podemos hizo imposible la celebración, dado que el tiempo ilimitado de las intervenciones del candidato y del Gobierno comportaba el peligro de que el debate se extendiera a ese día y no terminara el miércoles 14. La sesión conmemorativa solemne, como estaba previsto, incluyó el homenaje a los ponentes de la Constitución, presidentes del Gobierno y diputados y senadores elegidos entonces que sobreviven después de todo este tiempo.

Como estaba previsto también, la ocasión mostró el fracaso de la Transición y el naufragio de las ilusiones que tantos ciudadanos alimentamos cuando votamos aquel lejano día. Porque Podemos organizó un acto paralelo presentado como de homenaje a las víctimas del franquismo, pero que se limitó a alimentar el espíritu de guerra civil y de revanchismo que, precisamente, los comunistas y socialistas españoles aceptaron enterrar cuando aceptaron un borrón y cuenta nueva que abría las puertas a la esperanza y posibilitaba la propia Transición. En este acto paralelo fueron desautorizados por Podemos y asimismo por el PSOE, el PNV y el Partido de los Demócratas de Cataluña, que se sumaron al acto. La polémica se ha desatado respecto a la ausencia del denominado rey emérito, que no fue invitado. Las informaciones políticamente correctas insisten en una supuesta decisión de unos innominados funcionarios de la Casa del Rey por razones protocolarias, en virtud de las cuales resultaba difícil encontrarle un acomodo en el Salón de Plenos, en el que el lugar más destacado debía estar reservado para su hijo. Es evidente que era posible ubicarlo en un lugar preferente de la tribuna de invitados sin menoscabo del protagonismo del rey actual. Y es más evidente todavía que si su hijo hubiese querido hubiera estado presente.

Lo sucedido responde a la intención de apartarlo por completo de la opinión pública y de la imagen de su hijo, que se supone puede contaminar. Su papel destacado en la Transición es innegable, pero hace unos años se rompió el pacto de silencio de los medios sobre su persona y se airearon demasiadas sombras de su vida privada. Unas sombras que culminaron con el episodio de la princesa Corinna y de la cacería de elefantes. Su imagen se deterioró tanto que tuvo que pedir perdón y abdicar. Y el problema es que el reconocimiento de su malestar por su exclusión, que ha confesado a Juan Luis Cebrián y Raúl de Pozo, nos parece otro error que no contribuye, sino todo lo contrario, a mejorar su deteriorada imagen.

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