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El gran escritor italiano Leonardo Sciascia escribió la Historia de la pobrecita Rosetta para confirmar un hecho irrebatible: siempre hay testigos

El gran escritor italiano Leonardo Sciascia escribió la Historia de la pobrecita Rosetta para confirmar un hecho irrebatible: siempre hay testigos. Ese relato se encuentra en el libro Cronachette [Croniquillas], que en español se editó con el título de Matahari en Palermo, igual que uno de los cuentos ahí reunidos. La cuestión es que Dios certifica la intriga, los hombres la manipulan y el testigo la recrea.

Rosetta era una cantante de cabaret en Milán. Encontró la muerte la noche del 26 de agosto del año 1913. Como en casos afines, los periódicos propagaron la versión “oficial”: suicidio con barbitúricos. Caso resuelto, pobre mujer. Pero el diario socialista Avanti! [¡Adelante!] publicó una versión distinta el 28 de ese mes. Se basaba en las contradicciones del informe forense. El detalle más importante era el hecho de que el médico no encontrara restos de veneno en la muerta.

¿Qué argumentar entonces si las pruebas científicas no se correspondían con el testimonio policial? Avanti! subrayó otro singular hecho que movía a añadir sospechas a la sospecha: una muchacha de 19 años muere tras ingerir narcóticos custodiada por policías y sin la asistencia en la agonía de familiar alguno.

Ante los desajustes, el suceso se abrió. Quien quiso investigar investigó y encontró más confusiones. Una hermana rompió el cerco con dificultad poco antes de expirar Rosetta. Se escurrió hasta ella y oyó: “¡Me han matado!” Las conclusiones del Avanti! siguieron la pista de más inventos y embrollos. Los unos en pos del tapado institucional; el susurro de la moribunda camino del revelado. La presión sobre el silencio ratificó. Sciascia, 70 años después de enunciada la crónica inconclusa, resolvió la trama. Se la sirvió la idea plasmada en una copla popular de que siempre hay testigos mudos tras las columnas de la plaza oscura en la que se cometen los crímenes.

Así ocurrió. Esos ojos vieron; el pueblo cantó. La causa fue la negativa de la chica en complacer a uno de los policías que luego vigiló su muerte en el hospital. Así lo recreó el testigo oculto tras la columna de la plaza de Milán en la que el asesino hirió de muerte a la muchacha. Por eso pudo actualizar el suceso un ciudadano libre y comprometido como Sciascia; por eso Sciascia rescató el asunto del olvido. Para que se sepa que el machismo tiene nombre aunque el asesino sea un policía y la desgraciada chica una pobre e indefensa cantante de cabaret que asumió su libertad aunque el perverso no la compartiera.

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