el charco hondo

La gran estafa

Aun aceptando el riesgo que apunta Gregorio Marañón -desde la indiferencia podemos llegar a realidades indeseables, afirma-, la tentación de levantar el campamento sobre toneladas de indiferencia es enorme. Sobre todo, como es el caso, cuando la provocación es tan vulgar, previsible o burda, abrazando lo obsceno por su reiterada carga de veneno low cost. Es posible que la indiferencia engorde aún más a quienes han convertido la mentira en oficio, el insulto en dialecto o la agresión verbal en un atajo que les permita reencontrarse con sus consumidores habituales. Es posible, claro que sí, que a quienes faltan a la verdad, tergiversan, novelan, inventan y utilizan la falsedad para ganarse el sueldo les resulte especialmente cómodo que respondamos con una brutal indiferencia, ignorándolos, incrementando su emergente invisibilidad. A los cobardes (a quienes tiran la piedra escondiendo la mano) les aterra que les devuelvan el golpe, que los pongan delante del espejo para desnudar sus miserias y el barro que tienen bajo las uñas; pero mejor castigarlos con la indiferencia, pasar de largo, ridiculizar sus balas ignorándolas, desinflar sus afirmaciones pinchándolas con nuestro silencio, negarles la atención que reclaman, el protagonismo que necesitan, la existencia que le niega la miseria de sus argumentos. No le falta razón al presidente del patronato del Teatro Real cuando, con los ojos en la escena política, apela al debate frente a la indiferencia; sin embargo, cuando la política baja a las cloacas para combatir la desmovilización de un ejército de independentistas que se sienten estafados, y lo hace, como los de ERC o la CUP, deslizando la hipótesis de muertos en las calles, aunque lo tentador sea caer en la provocación parece más razonable, útil e inteligente negarles el oxígeno que necesitan para dar vida a mentiras que tapen su gran estafa independentista.

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