Ana Solís expone sus pinturas coloristas y de gran formato en la Sala Iriarte

La autora tinerfeña presenta ‘Moi. Moi Avec Toit C’est Tout’, una colección de cuadros de espíritu vitalista y marcado sentido estético
Ana Solís, en la Sala Iriarte, junto a dos de sus lienzos. /ANDRÉS GUTIÉRREZ
Ana Solís, en la Sala Iriarte, junto a dos de sus lienzos. /ANDRÉS GUTIÉRREZ

Tras unos años inmersa en la vorágine profesional y familiar, Ana Solís (Santa Cruz de Tenerife, 1970) ha decidido desempolvar los pinceles y la paleta de colores y retomar su faceta artística. El resultado de este reencuentro con el lienzo en blanco, una pasión de vida que en su momento la llevó a completar los estudios de Bellas Artes en La Laguna y ampliar conocimientos en una universidad privada de París, son los 11 cuadros que hasta el día 18 de marzo expone en la Sala Iriarte de la avenida Tres de Mayo de la capital tinerfeña. Obras de gran formato, llenas de color y realismo mágico, que junto a otras nueve que tiene en catálogo forman la colección que ha titulado Moi. Moi avec toit c’est tout (Yo. Yo contigo es todo).

“Llevaba cinco años sin pintar y esta experiencia ha sido una catarsis absoluta”, cuenta la protagonista, que para esta muestra ha decidido “ir un poco más allá” en su habitual proceso creativo y probar nuevos materiales y técnicas a fin de dotar a sus cuadros de vida propia. La percepción de estos, sus matices y texturas, varían en función de la luz que reciben. “Si los ves de día, pueden transmitir una cosa y si los ves de noche, otra muy diferente”. Un plus de originalidad que prefiere no descubrir al cliente-comprador para que resulte una sorpresa el descubrimiento de esa bidimensionalidad.

Ana Solís asegura que pintar es para ella una experiencia tan “absoluta” como “para un músico lo es componer”. Se confiesa encantada de haber vuelto a encerrarse en el estudio y agradece el decisivo papel que ha jugado en este sentido su hermana Cristina Solís, dándole ánimos y confianza. En su exposición de la Sala Iriarte, los cuadros se intercalan con textos dedicados a ella que han realizado cuatro personas que también, dice, han sido importantes en su resurgir artístico. Firman estas reflexiones, escritas en la pared, Felipe Hodgson, Arantxa Artal, Cristina Piqué y Emilia Martín Fierro.

La autora reconoce su “incapacidad” para colocarse frente a lienzos pequeños. No solo ve la pintura como “una necesidad vital”, sino que además se considera una creadora “con mucho que contar”. Se define además como “superlativa”, un rasgo del que se siente orgullosa. Por todo ello, asume, el gran formato es su ideal. Y el color su mejor aliado. A partir de ahí, toma el pincel sin reparar en límites ni plantearse cortapisas. Lo suyo es dejarse llevar por los sentimientos, sin más guión que el impulso. “El único fin de una obra es crearla. Esta es la única faceta de mi vida en la que soy yo y mi circunstancia. Sin equipo, sin condicionantes, sin objetivos preestablecidos. Y, en este caso, lo que he sentido es una explosión de color que cuando la contemplo pienso: esta soy yo”.

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