Catorce palabras

Iba a escribir hoy sobre periodismo dada la semana que esta casa ha vivido con el cambio de diseño y formato y la llegada de nuevos proyectos. Pensaba, incluso, hablar del oficio en sí que, precisamente, a raíz de esos cambios en esta cabecera se volvió a mostrar, sobre todo, cainita y devorador de sí mismo

Iba a escribir hoy sobre periodismo dada la semana que esta casa ha vivido con el cambio de diseño y formato y la llegada de nuevos proyectos. Pensaba, incluso, hablar del oficio en sí que, precisamente, a raíz de esos cambios en esta cabecera se volvió a mostrar, sobre todo, cainita y devorador de sí mismo. Barajé después volver a insistir en el poder desalentador que habita en una parte de las redes sociales y que se sustenta en el insulto, la violencia y una preocupante falta de empatía hacia todo dato, idea o creencia no compartida. Al poco, deseché todas esas alternativas y opté por intentar rechazar las consideraciones desdeñosas hacia el teatro o el circo cuando se establecen paralelismos entre las idas y venidas de la política y esas otras dos, a mi juicio, muy superiores actividades del ser humano. Inicié un escrito en el que trataba de desentrañar y explicar algunas trifulcas palaciegas de nuestro terruño, pero entre el hastío que me provocan las componendas ridículas y la sensación de vivir en un bucle melancólico abogué por dejar esas miserias para ellos mismos. Busqué, incluso, tratar de poner el acento sobre algún aspecto de la aún arcaica, pero real y muy presente, discriminación hacia la mujer. Pero entonces, repasando lo que llevamos de semana y tras, sobre todo, sopesar algunas pequeñas zozobras personales y ajenas de estos días intensos, me encontré con un titular que pasó cabalgando veloz por la actualidad y ante el que, reconozco, presté menos atención de la que se merecía. Y ahí di con la clave para escribir hoy. Además, me resultó sencillo porque es tan, tan elocuente y tan, tan horroroso en su enunciado que, por más que intenté armar un discurso para explicarlo, para, incluso, construir algún atisbo de razonamiento que lo justificase o fuera posible entender, solo encontré las catorce palabras del cuerpo de ese titular para, sin más, decirlo todo sobre la bajeza en que nos estamos convirtiendo: “La Unión Europea acuerda expulsar a Turquía a los sirios recién llegados a Grecia”.

Pero más allá del texto de la noticia; más allá de otras muchas palabras de unos y otros para señalar la justificación de tamaña necedad; más allá de las imágenes de la desesperación de miles de hombres, mujeres y niños que lo pierden todo después de haberlo perdido todo ya; y más allá de la crueldad y miseria de una decisión así, lo más triste es que esas catorce palabras se escudan en la indiferencia de la mayoría, en el mirar de reojo de la sociedad europea, en la amnesia colectiva ante un horror que nos retrotrae al medievo, en el desprecio absoluto hacia una humanidad de la que se supone la vieja Europa era el faro más brillante.

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