Soledades

La soledad absoluta, aunque en ocasiones pudiera parecerlo, no existe. El corpus social en el que flotamos impide ese estado de aislamiento, ni aun cuando lo intentamos voluntaria y decididamente logramos estar solos del todo

La soledad absoluta, aunque en ocasiones pudiera parecerlo, no existe. El corpus social en el que flotamos impide ese estado de aislamiento, ni aun cuando lo intentamos voluntaria y decididamente logramos estar solos del todo. También influye nuestra genética entrelazada con aquellos primigenios seres humanos, que únicamente progresaron cuando se constituyeron en manada. Esa agrupación social era necesaria para comer, para sobrevivir y para reproducirse. Como ven, poco han cambiado las cosas.
Manteniendo estos condicionantes previos, la soledad de la que escribo va más allá de la carencia de compañía o de la falta de contacto con otras personas. Entiendo también esa soledad en la incomprensión que suscita una forma de ser, la manera de estrujar la vida que practiquemos o la visión existencialista de insistir en buscar un sentido a cada una de nuestras acciones. En esta sociedad hedonista y superficial la soledad se llega a utilizar como un castigo, por ejemplo el aislamiento como medida represiva en las prisiones. Estamos ante un concepto tremendamente subjetivo ya que estando en compañía también se puede alcanzar un alto grado de soledad.

Esa soledad que se respira cuando cerramos la puerta de casa detrás de nosotros; la soledad que representa preparar la comida en silencio; esa soledad buscada para ordenar las ideas y que a veces se necesita. También la imagen de soledad que transmite un camarero sentado en un restaurante de mesas vacías, iluminado intermitentemente por un letrero de neón. Soledad que manifiestan los buzones sin cartas; esas llamadas que se equivocan marcando nuestro número; el viento colándose por las ventanas y recorriendo los pasillos sin obstáculos. La soledad del soniquete que producen los dedos golpeando un teclado a medianoche; soledad de percibir que nadie quiere que nada cambie; la soledad que se destila en ojos ajenos que nunca comprenden. La soledad de los ancianos frente al televisor; de los enfermos ante el futuro; del artista postrado mirando el lienzo en blanco; de una madre sin hijos o de un borracho sin euros ya en la cartera. Pero también esa soledad ayuda a conocernos, lanza preguntas sin respuesta hacia dentro o estimula nuestra creatividad, todo sea aprovecharla adecuadamente.

@felixdiazhdez

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