Desde la ventana del castillo

El otro día, una señora, con mucha razón, me decía que me ocupara de los “sin camisa” que pasean por las calles de los lugares turísticos, dando la nota. Estoy de acuerdo: deberían ser multados

El otro día, una señora, con mucha razón, me decía que me ocupara de los “sin camisa” que pasean por las calles de los lugares turísticos, dando la nota. Estoy de acuerdo: deberían ser multados. Tráfico sanciona, o va a sancionar, a los que circulen manejando un automóvil sin llevar una prenda de vestir: nada de pecholobos ni de señoras luciendo bikinis. No vendría mal un poquito de recato, en beneficio del buen gusto. No he contado que una vez andaba yo con una novia en el famoso parador nacional de turismo de Jaén, que es un castillo medieval donde dicen que hay fantasmas. Y sí que los hay, porque se escuchaban ciertos ruidos por la noche: ya se sabe que a los fantasmas les da por rodar muebles. Ocurre también aquí, en la lagunera Casa de Lercaro. Bueno, pues una tuna, que ya se sabe que trae mala suerte, se empeñó en dar a no sé quién una serenata, a las tantas de la madrugada. Dale que te dale a la bandurria. Yo tenía sueño y mi amiga también; estábamos rendidos, tras un largo viaje. Total que le sugerí: “Asómate a la ventana y enséñales las tetas a estos pesados, a ver si se van”. No se lo pensó dos veces, abrió el ventanal, se desabrochó el pijama y se quedó en tetas, a pesar del frío que hacía aquella noche. La tuna dejó de tocar y los tunos empezaron a aplaudir. Pero al rato oí murmullos de multitud. Me asomé a la ventana y había más de trescientas personas, tunos incluidos, esperando que se repitiera el espectáculo. Cuando saqué el hocico recibí un abucheo impresionante y una lluvia de frutas. No era a mí a quien querían ver. Nos dormimos tarde. Hay veces en que está justificado el top-less.

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