Fervor marinero por la reina portuense

Más de 20.000 personas asisten a la embarcación de la Virgen del Carmen y San Telmo en el día grande de las Fiestas de Julio, una tradición popular que cumple 95 años

El viejo sabor de siempre, con más participación juvenil y sin incidentes de consideración. El día grande de las Fiestas de Julio 2016 volvió a recordar aquellas embarcaciones en las que la historia, la tradición y el fervor se convertían en los únicos y verdaderos protagonistas, sin que ningún episodio desagradable como los vividos hace unos años o escenas que todavía viajan por las redes sociales pudieran restar un ápice de luz y color a uno de los encuentros festivos más destacados del Archipiélago.

Tal y como sucede desde 1921 -son ya 95 años de historia-, la Virgen del Carmen y San Telmo llegaron a su cita con los portuenses en un muelle atestado de fieles y turistas. Según cuenta el investigador, escritor y divulgador local Melecio Hernández Pérez, la primitiva imagen estuvo sumida en el olvido en la parroquia de la Peña hasta el 29 de julio de 1917, fecha en que se celebró una solemne función religiosa oficiada por el párroco Antonio Marín Sebastián, en honor de la Patrona, junto a una procesión, sin embarque, patrocinada por el comandante de Marina de aquella época. Y es que, a pesar de que todavía hoy se discute la fecha que dio origen a la actual tradición de la embarcación, Melecio Hernández señala que “fue en 1921 cuando la sagrada imagen del Carmen fue embarcada tras ser procesionada a hombros de marineros”.

El investigador portuense, en un exhaustivo estudio, asegura además que hay constancia de tres imágenes de la Virgen del Carmen, todas ellas de los siglos XVII y XVIII, a excepción de la actual, costeada en su mayoría por el Gremio de Mareantes. “El deseo de los portuenses hizo que, sucesivamente, las otras dos fueran desplazadas para centrar su ferviente veneración en la actual Señora del Carmelo, a la que los trabajadores de la mar recurren en sus adversidades”, recalca Melecio Hernández, quien subraya que “la talla que se procesiona actualmente es una obra donada por el escultor portuense Ángel Acosta Martín, entronizada solemnemente el 19 de mayo de 1954”.

Más de medio siglo después de aquella fecha, los portuenses volvieron a echarse a la calle para rendir pleitesía a la Señora de los Mares. Aunque será en los próximos días cuando se haga un balance oficial de la asistencia, fuentes municipales hablaban ayer de más de 20.000 personas, entre locales, isleños y turistas llegados de distintos puntos del Archipiélago y el extranjero. La jornada, que se inició prácticamente al amanecer con la tradicional diana floreada, se prolongó hasta pasada la medianoche, cuando regresaron las imágenes a la parroquia al son de la música y los fuegos artificiales. En medio, el agua, la cerveza, el vino y el sol fueron los elementos que marcaron una fiesta que se ha convertido en icono en todo el Valle de La Orotava. Buena parte de culpa de que la ciudad no notara en exceso la masificación la tuvo el plan de tráfico diseñado por el Consistorio, que facilitó aparcamientos y servicios especiales de transporte público, para que la gente pudiera llegar hasta el casco con rapidez y comodidad. La animación, en algunos puntos con más decibelios de los deseados y nada tradicional, fue de lo poco que dio la nota hasta que la Virgen del Carmen y San Telmo hicieron su entrada en el muelle.

RECONOCIMIENTOS
En esta ocasión, el habitual recorrido marítimo-terrestre se modificó por seguridad, lo que hizo que la procesión se desarrollase más lenta por las calles de Santo Domingo y La Marina. Como viene siendo habitual, y finalizada la eucaristía tuvo lugar la entrega de placas de reconocimiento de los cargadores a personas que han engrandecido las Fiestas de Julio. Ese reconocimiento, ya entrada la tarde, dio paso al momento estelar de la jornada. Con miles de personas en el agua -muchas de ellas apostadas desde la noche anterior en el muelle-, la Virgen del Carmen y San Telmo arribaron meciéndose entre cánticos y vítores, esperando el momento justo para ser embarcados. El mar, muchas veces traicionero, pareció calmarse por momentos para que ambas imágenes pudieran llegar hasta la proa misma de sus barcos. El silencio, entonces, dio paso al griterío, los aplausos y las lágrimas; un llanto que se tornó sonrisa cuando el agua meció a su señora agradeciendo que cada año sigue acudiendo a su llamada.

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