¿Y los jóvenes canarios?

Entre tanto gobierno, abstención, apoyo o no, se nos pierde en el horizonte cercano, que no lejano, la importancia de lo nuestro, y más nuestro que nuestros jóvenes hay poco

Entre tanto gobierno, abstención, apoyo o no, se nos pierde en el horizonte cercano, que no lejano, la importancia de lo nuestro, y más nuestro que nuestros jóvenes hay poco. Como se nos diluyen también muchas noticias aparecidas el pasado julio, y se nos hace casi invisible un titular que abría algunos medios canarios, como del que se hizo eco nuestro DIARIO DE AVISOS, “Sanidad trata a más de 300 menores canarios por consumo de drogas”. Parecerá una exageración o a algunos una información de relleno, sin embargo, no lo es, al contrario, destaca un hecho, tan real como la vida misma –la que quita la droga- y que está sucediéndole ahora a lo más nuestro que tenemos, nuestros jóvenes. Para nosotros, para muchos, esto no es noticia. ¿No les parece increíble? ¿No vemos el problema?

Simpático, nos ocurre lo que a muchos padres, estamos tan abstraídos por el día a día, por sacar el trabajo diario adelante, que se pasea a nuestro lado un problema como éste y ni siquiera lo olfateamos. Sí, como cuando el niño, con el lloro en los ojos, se le acerca al padre, mientras el adulto escribe en su ordenador, y papá le dice, “niño, ahora no”.

¿Qué nos pasa? Quizás nos estamos convirtiendo, poseídos por la fuerza del colectivo, en adultos que ven a los niños, a los jóvenes, como un lastre que llevamos al lado. No sé lo que está sucediendo, o lo que me está ocurriendo a mí mismo, quizás es el excesivo “tempus” de reflexión que nos da agosto, pero esto, no el titular, que ya me preocupa, sino todo lo que conlleva detrás de él, me enloquece, como sé que también a la mayoría de quienes leen esta columna.

No me gusta, aunque muchas veces lo soy, ser alarmista, aunque esta situación cercana a nuestras chicas y chicos, es para preocuparse. Me pregunto muchas veces cómo pueden solucionar sus problemas los jóvenes, muchachos y muchachas en edad sobre todo preadolescente o adolescente, si la familia no va a su ritmo, no se acerca a ellos, no les pregunta qué les pasa, tan solo eso, un qué les pasa.

Me preocupa el que algunas cosas, como la educación, la formación como personas, que principalmente debería salir de los hogares, de las familias, se está delegando a los colegios, a los centros. Los chicos, lo oyes entre la familia docente, entre el profesorado, vienen al aula pidiendo que les ayudes, que les saques de mundos en los que ellos no querrían estar, o que tan solo les dediques un tiempo para pasarles la mano sobre el hombro, y que ellos se abran para decirte lo que muchos padres no nos paramos a escuchar en casa.

¿Les parece preocupante? ¿Quizás me equivoco? ¿Exagero? Es verdad, tú que me lees, no eres así. Pero amiga, amigo, el problema está ahí, y cuando hay un enorme grupo de jóvenes que caen en el agujero de la droga, algo está sucediendo. Sí, es una realidad que los chicos sienten desidia y abandono. Sí, es un hecho tangible el que no notan el calor de la familia en muchos casos, y por eso mismo acuden a otros espacios equivocados esperando que alguien les escuche o que se brinde a dedicarles un momento. Lo duro es que la mayoría de las veces quien les tiende la mano, para que se apoyen, son esos caza vidas, con la papelina o el porro en la mano, y el consejo equivocado de “no hace daño, sirve para ponerte mejor”. Muchas chicas y chicos hoy dan el paso equivocado y no tienen a nadie al lado para indicarles que ese no es el camino, sino que la senda es otra, y para nada tiene que ver con la droga, sino que la vía es buscar a quien te dé la mano de verdad, que siempre lo hay, lo que se han de tocar muchas puertas, hasta que encuentres una abierta.

Recuerdo, perfectamente, con 13 años, en mi barrio de infancia, La Salle, a un amigo, en aquellos setenta y ochenta, que fueron duros, muy duros, con una crisis, distinta a esta, pero crisis. En aquel barrio, como en otros, muchos amigos escogieron el camino equivocado, algunos ya, incluso, no están entre nosotros, y otros siguen embarcados en la nave del vuelo eterno, y algunos, gracias a Dios, salieron indemnes de aquello. Esos años setenta y ochenta eran también parecidos a estos, en algunas cosas, no solo en la crisis, una de las semejanzas radica en que la modernidad trajo a las familias el que ya no estuviese de moda sentir el calor del hogar, sino el tener una vida más desprendida y vivir sobre todo en busca de la comodidad, y entre esas cosas, poner a los hijos en un segundo lugar, sin querer, pero ponerlos.

Nuestros jóvenes no solo merecen la pena, sino que son nuestro principal merecimiento, nuestra principal energía y luz que alumbra, no los dejemos atrás. Dejemos a un lado el ordenador, el televisor, o nuestro móvil, incluso nuestros problemas, por un momento, y dediquemos el tiempo a quien realmente lo merece, nuestras chicas y chicos.

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