Quizá a finales de los cincuenta

Durante los años cincuenta del siglo XX, y también en los sesenta, los coches circulaban calle del Castillo arriba, hasta la plaza de Weyler

Durante los años cincuenta del siglo XX, y también en los sesenta, los coches circulaban calle del Castillo arriba, hasta la plaza de Weyler. Entonces, los guindillas llevaban salacot y no había loca academia de la policía, como ahora. Los guindillas sabían más por viejos que por guindillas, y no como en estos tiempos en que todos son doctores en Derecho Civil y Penal y se saben de memoria la ley de Seguridad Vial. Y llevan pistolas cargadas, y no como entonces, que las portaban sin balas y oxidadas. Mi tío José Manuel Sotomayor, que era un hombre resolutivo y le encantaba ser original, aparcaba siempre, en zona prohibida, en plena calle del Castillo. Y, como ya sabía que lo iban a multar, dejaba trabados del limpiaparabrisas del coche dos billetes de cinco pesetas, que era el importe de la multa. Cuando volvía al coche, tras haber realizado la gestión pertinente, el guardia se había llevado los billetes y había dejado el papel amarillo de la multa, que el color no ha cambiado. Nadie más osaba tocar el dinero. ¿Qué sociedad me gusta más? Aquella, sin duda, aquella de la isla amable, en la que cada uno sabía lo que tenía que hacer, la administración era tolerante, conocías al vecino, se vestía la gente de capuchino en la Semana Santa y se hacían apuestas para conocer -por los pies descalzos- al cofrade. “Aquel es don Germán, el farmacéutico”, decía una; “no, es don Manuel, el abogado, ¿no ves que no se ha cortado las uñas?”. Bendita época de identidad terminada, de poca gente y de respeto por las formas, no como ahora, en que todo vale. Los cortos de entendimiento me responderán que había libertad. Sí, libertad como la de ahora, campo abonado de la mala educación, de la falta de respeto y de desobediencia a los tribunales. ¿Esta es la libertad que quieren? Yo no.

TE PUEDE INTERESAR