La indefensión de los trabajadores

Margaret Thatcher, en los años 80, asestó el primer golpe a los sindicatos y aplastó su poder político después de un duro enfrentamiento con los mineros, que volvieron a sus puestos humillados y derrotados.

Margaret Thatcher, en los años 80, asestó el primer golpe a los sindicatos y aplastó su poder político después de un duro enfrentamiento con los mineros, que volvieron a sus puestos humillados y derrotados. La relevancia de los sindicatos empezó entonces un declive que constataba, hace dos años, un informe, elaborado por el Instituto Sindical Europeo y recogido por la Fundación 1º de Mayo, que llega a una conclusión estremecedora: “Los sindicatos no están condenados por fuerzas externas a continuar su declive y alcanzar eventualmente la irrelevancia; contra todas las adversidades, todavía tienen posibilidades de opciones estratégicas”.

La última crisis económica, las políticas de austeridad puestas en marcha por todos los gobiernos y la globalización, que ha debilitado la capacidad de los sindicatos para regular el trabajo y el empleo, han provocado una crisis sindical que ha agravado las medidas de austeridad gubernamentales, que se han convertido en una excusa para atacar de forma radical la negociación colectiva.

No vamos a engañarnos, las organizaciones sindicales han cometido algunos errores que provocaron el desapego de los trabajadores y proporcionaron más coartadas al poder ejecutivo para debilitar su posición y excluirlos, en la práctica, del escenario político donde se negocian las reformas laborales. Pero ahondar en el descrédito sindical sólo aboca a la indefensión de los trabajadores. Y eso es hoy una realidad incontestable: contratos precarios, más horas de trabajo, menos salarios; en definitiva, empleados pobres que no llegan a fin de mes.

Las organizaciones sindicales deben, a mi juicio, dar un paso más allá de la defensa de sus afiliados, que van en declive, y enarbolar la defensa de los trabajadores, sin apellidos, sin carné, sin ideología, porque son los que estos años están llevando sobre sus espaldas el peso de una crisis que ha lastrado su poder adquisitivo y los ha colocado en el umbral de la pobreza, una situación alarmante sobre la que sólo una organización como Cáritas llama la atención con tozudez.

Los defensores de la clase trabajadora tenían, no hace tanto tiempo, su representación en las cámaras legislativas de este país, integrados en partidos de izquierda que defendían la justicia social y los derechos de los trabajadores. Se consiguieron logros que luego el poder político, aliado con la crisis, arrojó a la basura. ¿Hasta cuándo vamos a permitir esta situación? Hoy, que se celebra el Primero de Mayo, volverán a celebrarse manifestaciones en la calle. En Tenerife hace tiempo que esas concentraciones no son multitudinarias a pesar de que la situación nos debería obligar, más que nunca, a tomar las calles para denunciar los contratos por horas, los abusos que cometen algunos empresarios, los sueldos de miseria que se pagan, las ilegalidades que se cometen, los fraudes que se descubren… mientras el Gobierno mira para otro lado y promete cientos de miles de empleos a largo plazo.

Los sindicatos tienen la obligación de reinventarse, de restablecer la confianza con la clase trabajadora y diseñar una estrategia que les permita pasar a la ofensiva. Sin las organizaciones sindicales, no hay nadie que nos defienda a la clase trabajadora.

Me remito, de nuevo, al informe, elaborado por el Instituto Sindical Europeo: “Muchos sindicatos han perdido la creencia movilizadora en su propia capacidad para lograr una mejor economía y una mejor sociedad. Los sindicatos han de creer, y demostrar, que un futuro mejor es posible”. Si no lo hacen, estamos perdidos.

*Cabeza de lista del PSOE de La Laguna y concejal del Ayuntamiento

TE PUEDE INTERESAR