tribuna

Cataluña, una china en el zapato de España

Si hoy es el 1-O, quiere decir que este es un domingo seudoescocés sirocado en la tramontana pirenaica y que Europa se la juega en el brexit de Cataluña que sueña con David Cameron y cree que la Moncloa es Downing Street

Si hoy es el 1-O, quiere decir que este es un domingo seudoescocés sirocado en la tramontana pirenaica y que Europa se la juega en el brexit de Cataluña que sueña con David Cameron y cree que la Moncloa es Downing Street. Pero Rajoy no es el premier que bajó a bañarse a Lanzarote cuando Europa y España eran una y no cincuenta y una, ni tampoco es Trump, que llamó tontos a Puigdemont y los soberanistas de la urna china. Rajoy es de hielo y congela las decisiones.

Los que están en todas partes, en Escocia, en el brexit, en el correo de Hillary Clinton y, obviamente, en Catalonia son los hackers rusos, que designan a la Guardia Civil como un cuerpo paramilitar y comparan la primavera catalana con la Península de Crimea. Según la maquinaria rusa de intoxicación, Puigdemont pedirá al día siguiente el reconocimiento de Abjasia y Osetia del Sur, que se independizaron de Georgia en los años noventa y permanecen como espectros sin embajadas oficiales en las grandes capitales, pues el mundo no se dio por enterado de su nuevo status de nación, que es la matraquilla española con más visitas, como ahora se dice de todo aquello que adquiere notoriedad en las redes sociales. El ejemplo que Cataluña prefiere es el de Kosovo, que es un estado con menos habitantes que Canarias en la península balcánica, surgido de las cenizas de una guerra y para salir del paso, cosa que España nunca apadrinó escaldada por sus kosovos domésticos, como viene al caso el kosovo catalán.
Cataluña se mira en el símil que más le conviene y por ese camino aspira a ser como las repúblicas exsoviéticas, una suerte de primera república exhispana, que es un modo de abrir el melón a la chita y la china callando. En Europa están en cola esperando que Cataluña rompa filas la Córcega, la Padania y hasta la Serenísima República de Venecia, con mil años de antigüedad que se dice pronto. Y los europeos no han calibrado el riesgo de las secesiones de a bordo, todo un caramelo envenenado en boca de eurófobos que no están tan vencidos como se nos quiere hacer creer. A los piratas informáticos de Putin lo que les importa hoy es pisarle todos los callos posibles a Europa y tumbarla cogiéndole por la corva como en la lucha canaria; no pudieron con Merkel, pero le colaron una ración de ultras en el Bundestag.

Cataluña anhela ser la Escocia de España con acento charnego. Pero una cosa es la Mona Lisa y otra la Mona Vanna al carboncillo; una está vestida y la otra desnuda. Este referéndum es chino y ruso, pero no es español ni es europeo, ni es referéndum, sin censo, papeletas y urnas de verdad que no parezcan papeleras de plástico con pinta de tupperware. Votar es algo más serio, como lo eran los procesos de independencia cuando se hacían de abajo arriba y no esta chapuza del 3% de élites fecundas que tienen pleitos pendientes por un tubo. Es un insulto a Maceo y Martí y a todos los románticos emancipadores que cambiaron los esquemas del mundo cuando aún no existían Internet, ni siquiera Europa era un destino común y España se recogía las faldas del barro de las colonias. Toda esa lectura tiene hoy otro relato y otro contexto, en la moderna modalidad de sociedades que hemos alcanzado en el progreso de derechos que eran desconocidos por entonces y que hoy nos unen de forma global. Queda el constructo y el ensueño de los mitos colectivos. Pero la pela es la pela, que dirían los catalanes, y ninguna utopía se merece que la malbaraten votando en las urnas de seis euros que han comprado a los chinos. En su limbo, Cataluña vendría a ser una especie de patria literaria en busca de autor, como Sinera lo fue para Espriu en la comarca del Maresme o Yoknapatawpha para Faulkner al noroeste de Misisipi. Este referéndum que avala la Iglesia se lo va a perder Vázquez Montalbán, que habría escrito la crónica de un polaco en la corte del rey Felipe VI, y acaso Pepe Carvalho hubiera dado con las táper-urnas antes de que las sacara del escondite el Govern.

“Parece una película de Berlanga”, sentenció Antonio Banderas dando en la diana. Toda la tramoya del show confirma la comparación. Pero si es cine y esto va de ocho apellidos catalanes, hay comedia para rato. Todo está en los memes y en las banderas rojigualdas de los balcones de la España resentida. Una vuelta a los orígenes del cinema verité patriótico sin Franco, porque esto es otra cosa, es la política con toga y la impostura de los mossos d´Esquadra simulando cumplir la ley como si tal cosa. Puro teatro y cine del docudrama. Si es que en lugar de tanto antisistema acudiendo al panal del procés como aquel cojo Manteca de los 80 rompiendo farolas en las revueltas de Madrid, hoy deberían arribar a las calles de Barcelona los directores de cine amateur a hacer pinitos en una guerra de mentiras como corresponde a una era de fakes, donde nada es lo que aparenta, ni un referéndum es un referéndum ni cosa por el estilo. Los 300 espartanos de la Guardia Civil van a esa guerra de Gila como fueron antes a Afganistán o al Sahel, porque nos hemos vuelto locos. Cataluña ahora es una franja como Gaza, gobernada por la Autoridad Nacional Catalana, que es parte del imaginario como si aquí montáramos una república en San Borondón o Javier Marías ejerciera de rey de la ficticia isla de Redonda.

Tal es el desvarío que hasta el Gobierno canario monta un gabinete de crisis por si pasa algo en Cataluña. Hace tiempo que la histriónica política insular se afilia a la cancaburrada. En la arcadia inexpugnable de Taganana (así como Tazacorte se independizó tres días en 1911), enarbolaban en mi niñez la segregación de Santa Cruz, y yo me recuerdo amotinado en las tesis ensimismadas de la escisión municipal, porque el barrio había tenido Ayuntamiento y alcalde, y añoraba su libertad. Los culés independentistas se suman a la ola por si Piqué acaba jugando con Neymar la liga franchute. Cuando Tenerife era la bestia negra del Madrid por el doblete de las ligas que palmó Ramón Mendoza en la calle San Sebastián, el chicharrero se fingió blaugrana, trabó lazos y ganó el Gamper y aquello tenía la pinta de una filial catalana por obra de la maldición de los títulos perdidos que cayeron en la Casa Blanca como dos misiles del coreano en el despacho oval. Cruyff tenía la misma flor que Zidane que ahora litiga con los gafes de la liga. Un día Javier Pérez se liberó de la tutela del Barcelona y volvió a las aguas neutrales como Austria del fútbol español. Y ahora nos jugamos la Copa con el Español.

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