tribuna

El enanito de las monedas brillantes

Estábamos en agosto, en un mes usualmente caluroso en el hemisferio norte, que no desdecía de su fama, por lo que al acostarme esa noche me tumbé sobre la cama y no coloqué sobre mi sudoroso cuerpo cubierta alguna, por muy ligera que pudiese ser

Estábamos en agosto, en un mes usualmente caluroso en el hemisferio norte, que no desdecía de su fama, por lo que al acostarme esa noche me tumbé sobre la cama y no coloqué sobre mi sudoroso cuerpo cubierta alguna, por muy ligera que pudiese ser. Giré mi cuerpo y, cuando creía que el amigo Morfeo llegaba, lo que me alcanzó fue un toque insistente en mis glúteos. (Como soy médico lo explicó así, ya que alguno de mis conciudadanos lo llamaría de otra manera, un tanto escatológica, sin advertir que ese nombre, tan usado comúnmente, corresponde a un orificio el cual, lógicamente, no se puede palpar).

No sé qué pensé en un principio pero lo cierto es que no hice mucho caso, me di media vuelta e intenté de nuevo entrar en relación con el viejo amigo de los sueños. Casi, casi lo había conseguido cuando, en lugar parecido a la vez anterior, noté de nuevo los toquecitos insistentes.

Abrí los ojos y miré mis zapatillas. Y allí, no sobre una de ellas, si no sobre las dos, colocadas una sobre la otra, se encontraba una hombrecito de un palmo de altura que me cuchicheó (advierto que estoy bastante sordo; tal vez el homúnculo habló normalmente, pero a mí me pareció que cuchicheaba): “¿Me puedes dar una moneda brillante?”. “¿Tiene que ser necesariamente brillante?”, le contesté; “Sí, cuanto más brillante mejor” dijo el enano y, finalmente, me senté en la cama y busqué en el monedero hasta dar con una bastante brillante moneda de 1 céntimo de euro, del 2017 para más señas, figúrense, y me volví a acostar al tiempo que pensaba “Qué sueño más raro”.

No, no llegué a dormirme. Nuevo toqueteo y ya comencé a enfadarme:” ¿Qué quieres ahora? ¿Un billete de 500 euros? Los han retirado de la circulación”. “No, sólo quería darte las gracias”. Ya de sueño, nada de nada. Así que me coloqué la clavija de charlar y dirigiéndome al enanito le pregunté:”Ya que eres tan educado y agradecido, ¿me podrías decir ahora de que va todo este rollo?”

“¿No tienes sueño?” “¡NO!, no tengo sueño y te advierto que como sigas dándome la lata te cojo por el pescuezo, te agito un poco para que sueltes esa moneda tan brillante que te he dado y te tiro por la ventana. Me vas a explicar por qué me despiertas de madrugada (realmente eran un poco más de las once de la noche, pero había que darle énfasis al tema) y punto final.”

Se sentó el enano sobre las dos zapatillas superpuestas y me narró su historia:

Esa noche, de madrugada (de la de verdad, no de la mía) había baile de enanos en el Parque. Mi enanito quería hacerle un regalo a la enanita a la que cortejaba, pero no tenía muchos medios. Había preguntado a un amigo y le había dado mi dirección al tiempo que le decía que yo era rico en ideas (¡Toma castañas!) y él, mi amigo el pequeñajo, había deducido, muy mal por cierto, que yo era millonario en euros, o algo por el estilo. Así que había subido escalando la pared con riesgo de romperse su pequeña cabeza, hasta entrar en la habitación y sabiendo, además por su amigo, que mi esposa estaría en aquellos momentos viendo la televisión, lo lógico es que me encontraría solo.

El pequeño hombrecito me hizo reír. “¿Así que enamorado, eh? Bien, como soy un romántico te voy a dar otra moneda brillante y te vas a largar con viento fresco de una vez para que así pueda dormir.” En esta ocasión le coloqué en su minúscula mano otra monedita de 1céntimo que escasamente le cabía en su palma, eso sí, brillantísima, y el enanito desapareció más contento que las consabidas pascuas.

Pasó bastante tiempo. No sé cuánto porque a los viejos se nos escurre la vida entre los dedos a toda velocidad, pero el caso es que ya los recuerdos del pequeño hombrecillo y su historia de amoríos se había escapado de mis circunvalaciones cerebrales cuando una mañana al levantarme, de madrugada como casi siempre, y hay que hacer constar que en esta ocasión que ahora sí coincidían las madrugadas cronológicas y las mías, cuando noté un tropezón al intentar colocarme bien la zapatilla derecha. Sacudí ésta y un cartoncito cayó al suelo.

Por fin conseguí una lupa, un rato después de que mi adorada esposa me dijese que “¿Qué demonios revuelves, qué buscas a estas horas de la madrugada despertando a todo el mundo?” y por fin pude leer el contenido del papelito, que no era otra cosa que una invitación de boda. Había una imagen que, al principio pensé que se trataba de dos anillos entrelazados pero que al final descubrí que eran dos monedas de un céntimo de euro una junta a la otra y en el ángulo agudo de arriba grabado, un corazoncito. Por lo menos creí ver algo similar, pues ni con la lupa mis ojos pudieron adentrarse en el minúsculo jeroglífico de aquella muestra de un enanito enamorado.

TE PUEDE INTERESAR