tribuna

Panorama desde el puente, por Julio Fajardo

La gente se ha ido de puente, que es como cruzar a otra frontera, la que nos hace disfrutar de un asueto extraordinario por infrecuente

La gente se ha ido de puente, que es como cruzar a otra frontera, la que nos hace disfrutar de un asueto extraordinario por infrecuente. Creemos que este año se ha colocado en el almanaque de manera casual, como si nos hubiera tocado la lotería, pero es algo cíclico que volverá a repetirse cuando los números, que dividen al tiempo y a los días, insistan en su coincidencia tozuda. Hablar de puentes no es hacerlo de azar, porque su presencia está perfectamente calculada y prevista. Lo cierto es que los puentes son vías estrechas que sirven para cruzar los vados de lo cotidiano, por tanto, no son uniformes ni capaces para que todos los podamos atravesar en el mismo sentido.

El ocio está relacionado con los servicios y estos se prestan contando con el sacrificio de los que lo hacen posible. Es decir, se trata de algo tan vulgar como que para que uno pueda pasar por la pasarela otro tiene que haberla construido previamente. Nuestro gozo depende del sacrificio del otro. Ese que tiene que estar pendiente de que no nos falte nada mientras disfrutamos de que nos lo den todo servido. Es imposible que nos liberemos de esa dependencia, aunque todos nos sintamos satisfechos al desempeñar el papel que nos toca en esta función.

Unos hacen su agosto procurando la diversión de los demás y otros obtienen su remuneración precaria de la que antes no disponían; así, que por una causa o por otra, todos están felices en esos días donde aparentemente no hacemos nada más que retozar. Nos invade la alegría y el optimismo y creemos estar en un
paraíso que apenas durará tres días. De ilusión también se vive. Luego retornaremos al pesimismo.

Este puente me ha hecho ver el contraste con la actitud pesimista permanente que nos provocan las circunstancias que nosotros mismos fabricamos. Hace mucho tiempo que no escucho una noticia reconfortante. Todo lo que me rodea son amenazas, como si hubiéramos regresado a la selva llena de peligros de la que nos sacó la evolución hace millones de años. Si el puente ha sido capaz de distraernos de los problemas y las preocupaciones no me queda más remedio que concluir que la pesadumbre que nos invade es algo inducido, pues estamos dispuestos a olvidarnos de ella si nos acoge el buen clima de una playa o la nieve está blandita en Candanchú.

Luego está la realidad para hacernos ver que las cosas no son de color de rosa, que los peligros acechan detrás de cada esquina, que hay manadas dispuestas a violarnos en los zaguanes, que los niños mueren ahogados huyendo de las guerras y el hambre, que hay masas de iluminados elevando sus bastones al aire con la intención de hacer incumplir las leyes, que los hombres son un cúmulo de pasiones e instintos, como dice Bertrand Russell.

Dice el filósofo en su opúsculo Ícaro o el futuro de la ciencia que “la ciencia ha aumentado el control del hombre sobre la naturaleza y podía pronosticarse algo parecido en el aumento de la felicidad y el bienestar. Tal sería el caso si los hombres fueran racionales, pero son, de hecho, cúmulo de pasiones e instintos”. Nuestro pesimismo proviene de la constatación de esta maldición, del convencimiento de nuestras debilidades, de que estamos, como Prometeo, atados a la roca donde el águila nos visita cada día para devorarnos el hígado. El tormento está en la regeneración del órgano. Esa condena permanente de sentirnos esclavos de la falta y el arrepentimiento.

En medio del puente compruebo de qué forma se puede recuperar la capacidad de asombro por ver amanecer o el deleite de contemplar las estrellas en una noche oscura, sentirnos una parte integrante de ese universo que tenemos olvidado para hacernos caer en una profunda depresión. Hagamos de la vida un largo puente y cada vez estaremos más cerca de conquistar la añorada felicidad. Atravesemos el puente arrojando el pesimismo a las aguas turbulentas que corren bajo sus arcos seguros. Me gustan los puentes, a pesar de que hagan descender del Producto Interior Bruto. Cuántos más puentes construyamos más caminos estaremos trazando para el entendimiento.

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