instantáneas

Grabar la muerte

Es lo que ha hecho, con desenlace trágico, el excomisario policial venezolano Óscar Pérez el pasado lunes 15

Es lo que ha hecho, con desenlace trágico, el excomisario policial venezolano Óscar Pérez el pasado lunes 15. Con fotos y vídeos, colgados a lo largo del día en las redes, fue construyendo una narrativa: la de su propia desaparición y la de sus acompañantes. A comienzos, dando noticias del acoso; luego, de los enfrentamientos; después, de la posible negociación; por último, de los llamados de auxilio. Un discurso del desvanecimiento, porque a cada hora se sabía menos: vamos de la claridad a las sombras, hasta que dejamos de ver; vamos de la metralla y los gritos al silencio, hasta que todo es zumbido. Y luego los rostros, grabados desde esa cámara dubitativa, al estilo de las Brujas de Blair, que enfoca y desenfoca, que va de tomas completas a tomas parciales. Temblores, sudores, sangre, ojos absortos… Todo se va viendo como componentes de una totalidad que nunca se revela, que no puede ser tal, que está condenada al ostracismo. Y también las frases sueltas, dichas al voleo, sin que se pueda entender el contexto: “¡Venezuela, nos están matando! ¡Queremos entregarnos! ¡Cuídanos, Diosito Rey!”. De la valentía pasamos al temor, del coraje pasamos a la certeza de que no habrá retorno. No entro a juzgar al comisario Pérez -¿lunático, rebelde, terrorista, héroe?-, pero el testimonial de sus últimas horas es un subrelato de la descomposición de Venezuela. La noticia final -las siete muertes inclementes- da cuenta de un Estado soberbio y criminal. De nada valen las palabras, los acuerdos, las leyes; no se diga los gestos de humanidad. El mandato es la matanza, el exterminio, y ese ha sido el resultado Hay un momento del relato en que el comisario reconoce a un compañero de armas en el grupo interventor, y desde sus respectivas posiciones comienzan a conversar, como tratando de llegar a un acuerdo de entrega. Un soplido de esperanza entra de pronto en la guarida de los acosados, pero luego pasamos al borrón, al black-out, y ya no se sabe más. Hay quien ha comparado esta masacre con la negociación de entrega que se acordó con otro lunático en aquel lejano golpe de febrero de 1992. En aquella ocasión, se aplicaron las leyes; en esta de hoy, las armas. Yo al final me quedo con la imagen del rostro que exuda sangre mientras habla. Es el cierre del relato. La sensación de impotencia, de frustración. La certeza de que la muerte ya estaba cerca, muy cerca. La víctima que la ve llegar y que la graba para que todos la podamos ver.

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