mis queridos amigos y enemigos

Para mis memorias: Lorencito Bruno, el gran conseguidor

Pocos personajes han dejado una huella tan profunda en la época que le tocó vivir

Pocos personajes han dejado una huella tan profunda, y tan grata, en la época tinerfeña que le tocó vivir. Su nombre era Lorenzo Rodríguez Rojas, pero todo el mundo lo llamaba Lorencito Bruno. Había sido militar de la IPS, a las órdenes del teniente coronel Pérez-Andréu, y llegó a tener, ya en Madrid, retirado del Ejército -era artillero-tal influencia con personas relevantes del régimen que los políticos locales se valían de él para conseguir todo lo posible para la isla y para sí mismos.

Que se lo pregunten, si no, al entonces alcalde portuense Felipe Machado del Hoyo, amigo del comandante Lorenzo, que le presentó, entre otros, a León Herrera Esteban, a la sazón ministro de Información y Turismo, un gran valedor que fue del Puerto de la Cruz y del propio Felipe.

Lorenzo tenía su cuartel general madrileño en el hotel Emperatriz, donde se le dejaban todos los recados y donde mantenía una habitación permanente. En el hotel era “el dueño”, sin serlo. Allí se le encontraba y allí se entrevistaba con todo el mundo. Su amigo del alma fue el padre José Miguel Adán, el cura guapo, un clérigo y músico portuense de gran simpatía y cercanía, fallecido hace unos años, casi al mismo tiempo que el comandante Lorenzo, que se casó tarde, y fue muy feliz, con una farmacéutica madrileña, su novia de toda la vida.

Las anécdotas y las andanzas de Lorenzo Bruno, siendo capitán de las Milicias Universitarias, fueron incontables. Me contaba él mismo que una vez acudió a una conocida casa de putas, con el pretexto de trincar in fraganti a los jóvenes aspirantes a oficiales, y efectivamente los encontró: se le pusieron todos firmes, en pelotas, mientras las acompañantes huían despavoridas ante la presencia de aquel militar uniformado y tan serio. Luego les levantó el castigo “porque respetaron el uniforme” (claro, estaban en bolas).

Me refiere el escritor Julio Fajardo, conocedor como nadie de los personajes de esa época, que cuando murió el padre de su amigo Miguel Lemus, nadie avisó a Lorenzo, que se hallaba en Madrid. Pero Pepe Capón, que fue gerente de este periódico en la noche de los tiempos, se lo encontró en la capital de España y le dio la noticia. Lorenzo cogió el primer avión, llegó a Tejina precipitadamente, a las tres de la tarde -el entierro estaba anunciado para las cinco-, se encaró con Miguel Lemus y le dijo: “No he venido por ti, que eres un pedazo de sinvergüenza por no avisarme, sino por tu padre; y si él me está oyendo confirmará lo que yo digo”. A lo que Miguel Feria, con aquella chispa tan suya, le respondió: “Él no te puede estar oyendo, porque la caja está cerrada”.

Como digo, su gran amigo fue el padre Adán. Juntos se iban a los guachinches a comer y a beber en el “Volvo” modelo P 1.800 de 1.962 que Lorenzo conducía. Y dicen que también a otros lugares de más dudosa reputación, por definirlos de alguna manera. Era el coche usado por Roger Moore en las películas de Simon Templar, El Santo, y uno de los pocos que pudieron importarse a España. Lorenzo lo consiguió gracias a una manga y jamás lo vendió. Ignoro el paradero del coche, que mientras el comandante permanecía en Madrid dormía en los garajes laguneros de Cobo, en La Laguna, esperando su vuelta. Cuando la gente veía el coche, decía: “Lorencito está en Tenerife” e iba a verlo a su casa. También lo tuvo una larga temporada en la Península.

Hay una anécdota, también referida por Julio Fajardo, que es para desternillarse de risa. Sergio Ramos, que era un conocido joyero de La Laguna, viajó a Madrid, camino de Valencia, a una feria de su especialidad. Y Lorencito se ofreció a llevarlo. Al llegar a Valencia e intentar aparcar frente al hotel, un godo con un “Seiscientos” hizo una maniobra y les quitó la plaza. Ramos se bajó del coche y, educadamente, le dijo al peninsular: “Mire, perdone, pero nosotros estábamos estacionando aquí y usted se ha metido por medio”. El godo, de mala forma, le echó al joyero una filípica y añadió: “Además, usted no sabe con quién está hablando. ¡Yo soy teniente del Ejército!”. Ramos, otra vez educadamente, le contestó: “Le ruego a usted que no haga alusión a su graduación en este momento”. “¿Cómo que no?”, respondió el godo, “le repito que yo soy teniente del Ejército”. Entonces Lorencito se bajó del coche, sacó la cartera, le enseñó al godo una foto suya vestido de comandante, que siempre guardaba en ella, y que reproduzco en esta crónica, y lo puso a desfilar por la acera, media hora. Pero lo peor es que Santos caminaba detrás del godo, diciéndole: “¿No le comenté que no dijera que era teniente, hombre?”.

EN MADRID

En otra ocasión, estando Lorenzo en Madrid en compañía de Manuel Luis Medina, “el Minuto”, el comandante le entregó las llaves del Volvo al músico y amigo suyo para que se lo aparcara muy cerca de la casa donde vivía doña Carmen Polo, en la calle Hermanos Becker, en el barrio de Salamanca. Fue tal la emoción que le entró al “Minuto” poder pasar con el P 1.800 por la puerta de su bar habitual que, bajando las escaleras del hotel “Emperatriz”, se cayó y se partió una pierna. Con la pierna partida llegó hasta el “Volvo” y lo arrancó, con la mala fortuna que, del dolor, no pudo llegar al bar porque se desmayó antes, aunque menos mal que el coche no sufrió daños.

Una de las últimas veces que vi a Lorenzo fue en la casa de Paco Feria, un gran anfitrión -y un gran cantante–, que organizó un tenderete en su honor, en su residencia lagunera. Otra de las fotos que acompaña a esta crónica pertenece a ese día. Fuimos atendidos espléndidamente por Paco y Marian, su mujer, y Lorencito y Cubillo hablaban animadamente, recordando cosas viejas. Les acompañaba Antonio Tavío, otro gran amigo, ya sin las dos piernas por culpa de la maldita diabetes. Los tres se tenían mucho afecto, a pesar de sus ideologías tan dispares. Dieron toda una lección de convivencia, de libertad y de amistad. Hay que referir que Cubillo jamás pagó ni un cortado.

En una de las ocasiones que vino a Tenerife César González-Ruano, me parece que como mantenedor de una fiesta de arte en el Ateneo lagunero, invitado por don Luis Álvarez Cruz, el escritor apareció aquí con una señora de muy buen ver, a la que presentaba como su esposa, pero que al parecer no lo era. Ella, con sus pieles y sus silencios, fue acogida en las mejores casas de La Laguna, el Puerto de la Cruz, La Orotava y Santa Cruz, invitada a meriendas y agasajada. Pero Ruano no pudo evitar que Lorencito, presente en la isla, conociera personalmente a las más famosas furcias de aquel Madrid del franquismo. Y cuando la vio, comenzó a gritar: “¡Pero si es un chucho del Alazán, esa señora no es su mujer!”. Imaginen el mosqueo de las esposas de los próceres tinerfeños que habían invitado a sus casas al “matrimonio” y le habían sacado sus vajillas de plata. Parece ser que en otros viajes, César González-Ruano sí vino acompañado de su segunda mujer, Mary de Navascués, con la que ignoro si finalmente se llegó a desposar oficialmente.

UN PERSONAJE MUY DIFÍCIL DE OLVIDAR

Lorenzo Rodríguez Rojas fue todo un personaje, muy difícil de olvidar. Yo, desde luego, no lo he hecho. Se desvivía por hacerte un favor, admiraba a la “gente bien” de la isla y sus amigos laguneros eran para él lo más grande. El cura Adán le aguantaba carretas y carretones y Lorenzo decía que los dos ligaban en Madrid. No en vano al sacerdote lo llamaban “el cura guapo”, por su apostura y su finura en el trato. Lamentablemente, ninguno de los dos está entre nosotros; formaban una pareja de amigos fuera de serie. Lorenzo fue un hijo del franquismo. Llegó a comandante del arma de Artillería y perteneció a la División Acorazada Brunete con ese grado. Las dos fotos principales de este reportaje me las obsequió él, con sus dedicatorias: “Amigo Andrés, siempre a tus órdenes”; “Para mi gran jefe y amigo Andrés Chaves”.

Era servicial, ingenioso, ocurrente. Un personaje que deja huella en la vida de uno, por su bonhomía, por su sentido del deber y por sus ocurrencias. Tartamudeaba un poco al hablar, lo que lo hacía más original. Y dejó siempre en todo el mundo la sensación de hombre cabal. Era respetuoso con las señoras, hombre de profundas inclinaciones de espinazo y de besos en la mano a las damas. Un caballero a la antigua. Persona marcial, prudente y con gran sentido de la educación militar.

GALERÍA DE VIVENCIAS

En esta galería de vivencias, de amigos y enemigos, no podría faltar, por supuesto, una glosa del comandante Lorenzo, un hombre eminente bueno, servicial y agradable. Y mi amigo y amigo de mi padre, del que siempre me hablaba. Nunca me contó las andanzas de ambos en Madrid, que me consta que las hubo. Porque ya digo que era un hombre que sabía guardar un secreto. Por cierto, jamás pagó un whisky en un avión de Iberia: sacaba su cartera, enseñaba su foto y le decía a la azafata, con una sonrisa y una inclinación de cabeza: “Yo soy el comandante Lorenzo”. A la chica le faltaba poco para cuadrarse, antes de traerle un whisky generoso, naturalmente en vaso de cristal.

TE PUEDE INTERESAR