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Y, ahora, la Semana Santa

En nada está aquí ya la Semana Santa, que se ha convertido en todo menos en santa

En nada está aquí ya la Semana Santa, que se ha convertido en todo menos en santa. La gente se va de crucero con El Corte Inglés o al sur de las islas, a amontonarse en la playa y zonas adyacentes. Se paraliza todo, como se ha paralizado todo durante el Carnaval. Es curioso lo del Carnaval. He visto desde centuriones romanos con teléfono móvil y tenis hasta jefes indios con preciosas plumas y relojes Seiko, como en los tiempos de los guanches de Cubillo, paz descanse. Todo se cuida, menos los detalles. Lo único musical aceptable del Carnaval ha sido la fanfarria alemana que vino, ya cargada, de Düsseldorf, porque el resto era una tamborada infame y ensordecedora que te ponía las orejas como las de Montoro. Las murgas desaparecieron, víctimas de sí mismas, y los de Fiestas hicieron trampas con la buena de Saida, como ya se ha contado en este y en otros periódicos. El Carnaval ha perdido hasta la vergüenza, si es que le quedaba alguna. Menos mal que nos queda la procesión del Cristo de los Legionarios, que yo este año, en vez de en Málaga, la celebraría en Barcelona, con el 155. Mientras todo se prepara, Marta Rovira, que a mí me da morbillo, ha declarado en el Supremo que todo fue una broma. Otra que se quiere librar de la mazmorra por la vía Forcadell. Lo ha logrado, pero tendrá que pedirle a Ómnium Cultural 60.000 euros de todos nosotros para pagar la fianza. Eso está hecho. En Waterloo se libra la batalla silenciosa, que no es lo mismo que aquella, porque ni está Napoleón, ni está Wellington, sustituidos de mala manera por Puigdemont, Matamala y un mosso de escuadra suspendido al que llaman Scarface. Dios mío, la historia va a peor.

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