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Cambiar el sistema electoral

Desde aquí hemos venido opinando sobre los sistemas electorales, los occidentales y el español

Desde aquí hemos venido opinando sobre los sistemas electorales, los occidentales y el español. Asombra la falta de formación general y en particular de los políticos. Un sistema electoral debe atender dos ecuaciones, ser representativo y poder gobernarse. En España su bondad está solo ligada a la proporcionalidad en el reparto del poder, despreciando su gobernanza. Consecuencia de nuestra débil sociedad civil. En esencia existen dos sistemas electorales básicos, el proporcional europeo y el mayoritario anglosajón. En el proporcional puro se reparten los diputados en las circunscripciones, según el número de votos obtenidos, en listas del partido con su regla de asignación (D’Hondt, Sainte-Laguë, etc.). En el mayoritario se asigna en cada circunscripción un solo elegido. Por ello los sistemas mayoritarios son más gobernables y menos representativos y al tiempo más democráticos, al depender su elección del ciudadano y no del partido que te coloca. Tampoco esconde corruptos ni ineficaces.

Se nos decía que en tiempos de perturbación no hiciéramos mudanza y hemos abierto al cambio los sistemas electorales nacional y canario, donde pedimos más proporcionalidad. La gobernabilidad poco importa. No podemos corregir el sistema electoral español, sin modificar la circunscripción electoral. La asignación vía regla Sainte-Laguë es meramente cosmética. La acomodación al Estado de las autonomías, debiera convertir estas en circunscripciones, en elecciones nacionales y autonómicas. El cambio debe ser pactado, lo que es imposible abordar en tiempos electorales.

La autonomía corregiría sustancialmente la proporcionalidad, al actuar hoy las pequeñas provincias de facto como mayoritarias.

El Derecho europeo, sigue hoy el camino opuesto al español, primando gobernabilidad sobre proporcionalidad. Y ello porque en una democracia occidental ninguna fuerza política obtiene en voto directo más de un tercio de los votos. En Inglaterra, con un sistema mayoritario, la primera fuerza, con un 36,5% de los votos obtuvo el 47,70% de los parlamentarios. En Francia, Macron en primera vuelta tuvo el 23% de los votos y en segunda el 66%. La V República francesa se montó modificando el sistema electoral porque era ingobernable. En Alemania, con sistema proporcional-mayoritario de doble lista, la Merkel con el 26,8% de los votos tiene el 35% de los diputados. La regla del mínimo del 5% nacional permite el acceso a 7 partidos, dejando 36 fuera. Con este sistema en España, no habría partidos nacionalistas. En Italia, luego de la modificación electoral última, la primera fuerza con el 29,3% de los votos se adjudica el 55% de los escaños. Y en la Grecia de Tsipras, con el 35,4% de los votos tiene el 45,5% de los diputados, por la prima de 50 diputados de los 300, para la primera fuerza.

España tuvo antes de la II República un sistema mayoritario que no funcionó porque no éramos ingleses. El proporcional corregido a segunda vuelta de la República se fracturó en las elecciones del 36, en el fraude republicano previo al golpe de Estado y la Guerra Civil. Ahora la proporcionalidad se reclama. Se corrige con la circunscripción autonómica. En Canarias, cambiando solo los mínimos por islas y región, corregiría 3-4 diputados. No creo, sin embargo, que deba forzarse el sistema sin acuerdos, y menos incrementando el número de diputados y sus costes. Muchos en España y Canarias dudan hoy de la necesidad de parlamentos regionales.

En un reciente libro sobre psicopolítica, señala su autor que el votante no tiene interés real por la política. Los partidos se degradan como proveedores de servicios, quedando los ciudadanos reducidos a consumidores. Así nos va.

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