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Carnaval y vírgenes laicas

El Carnaval es un extraño fenómeno en Santa Cruz. Cómo puede ser que una sociedad tan pacata, se expresa aquí tan liberal, dos almas en conflicto. La celebración del invierno hunde sus raíces en la historia, donde era un “rito de fertilidad”. El cristianismo lo integró 40 días antes del equinoccio de primavera. El actual Carnaval arranca en 1803, cuando se le concede a Santa Cruz el título de Villa, desgajada de La Laguna y con Ayuntamiento propio. Unos 215 años después, conforma una de nuestras señas de identidad. Hasta 1852 se desarrolla en sociedades y casas particulares, controlado por prohibiciones militares, municipales y religiosas. Desde aquí a 1931 se celebra sin trabas. Dicha libertad no es ajena al desarrollo de Santa Cruz y su puerto transoceánico, donde se consolida el Régimen de Puertos Francos. En 1922 Santa Cruz pasa a ser capital de provincia, luego que en 1913 se constituyera el Cabildo de Tenerife, que ya en 1917, y a través de su Comisión de Fomento, encontró en el Carnaval base para su desarrollo turístico.

El Carnaval se suspende con la Guerra Civil y renace en 1940, con un periodo de tolerancia hasta 1964, donde se restauran bajo el nombre de Fiestas de Invierno, rescatadas por el turismo. En 1967 se declaran Fiestas de Interés Turístico Nacional, apareciendo sus múltiples entidades, murgas (1961), Reina de las Fiestas (1965), Reina Infantil (1965), murgas infantiles (1972), murgas femeninas (1972), murgas mixtas (1974), comparsas (1975). En 1978, ya con la democracia, se recupera el nombre de Carnaval. En 1980 se declara Fiesta de Interés Turístico Internacional, consolidando una fiesta donde se expresa lo mejor de Santa Cruz.

Aquí encajamos nuestras vírgenes laicas. Las sociedades patriarcales del sur e hispanas están regidas por el símbolo de la madre, la que mantiene el hogar. El rito del Carnaval entroniza a la virgen madre. Son nuestras reinas del Carnaval, vestales, madres y vírgenes, reproductoras y protectoras, el origen de la vida y del desenfreno. Las reconoce la sociedad de la comunicación, exaltando su figura en los altares laicos de sus trajes carrozados. Elogio de juventud femenina. Este año, Carmen Laura Lourido nos representa. Bajos las carrozas sueños y empeños de nuestras vírgenes.

Todos los países del mundo se organizan bajo la religión, en fórmulas ateas, laicas -confesionales y no confesionales-, teocráticas. España es aconfesional, como se reconoce en el artículo 16 de la Constitución del 78, y con la Ley de Libertad Religiosa del 80. Situando el Estado como garante de la libertad, igualdad y no discriminación de las religiones. Hace poco tuvimos la osadía de prohibir los belenes de Navidad y los crucifijos en los colegios.

Ahora el Cabildo de Tenerife quiere sacralizar a la Virgen de Candelaria nombrándola Presidenta de Honor y Perpetua del Cabildo, contra la neutralidad religiosa obligada por la Constitución y las leyes. En esta deriva populista, asombra la posición del PSOE-Cabildo, que en el grupo de gobierno se suma a esta en un alarde de lógica Puigdemónica. En el juego de la posverdad, diseccionan a la virgen separando su significado religioso del popular y cultural. Tenemos entonces una nueva virgen laica, cuya adoración haremos simbólica, sostenida sólo en sus valores populares. Bajo su manto, también laico, pediremos protección para aquello que no seamos capaces de resolver desde la gestión y el compromiso. Me temo que la acumulación de tareas públicas nos obligarán a pedirle a nuestra virgen el uso de sus poderes religiosos. Con Franco se usaban para rogar que lloviera. Vírgenes laicas en el Carnaval y el Cabildo. Carmen Laura y Candelaria. Ora pro nobis.

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