después del paréntesis

La píldora

Me dijo que, como madre que era, se sentía obligada a actuar contra una carga que condicionaría la vida de su hijo. Además, ni preparado ni decidido para ello

Me dijo que, como madre que era, se sentía obligada a actuar contra una carga que condicionaría la vida de su hijo. Además, ni preparado ni decidido para ello. Nada de machismo, afirmó; del mismo modo hubiera procedido si fuera la madre de la chica. Su hijo, de apenas diecisiete años, le reveló que en la noche tal de Carnaval… se las tuvo con algo parecido a una novia de casi su misma edad. No habían usado condón y… se mostraban realmente asustados. La mujer preguntó a la farmacéutica amiga por si existía un remedio eficaz; le explicó que sí, con protocolos: médico de familia, centro de salud… Entre la tardanza del chico y el ir y el venir, demasiado tarde: la niña resultó embarazada.

Lo que sucedió después de vistos los resultados que el ginecólogo confirmó no prejuzga tanto los preceptos morales a aplicar en estos casos, la urdimbre siniestra de las objeciones de conciencia, de las manifestaciones eclesiales y de las asociaciones de púdicas y purísimas familias religiosas o de los activistas pro vida, lo que sucedió pone de manifiesto que el placer no ha de cargar siempre con el peso de la responsabilidad, con eso que concierne al arrojo de los habitantes de este planeta que se atreven a concebir hijos. De manera que no se trata de un método anticonceptivo y se asume el control médico, pero las estadísticas son claras. En los países en los que la píldora del día después es de fácil acceso hay una reducción superior al 20% de embarazos no deseados, y esa cifra se hace más elocuente en chicas menores de diecisiete años. Las cuentas no mienten, tampoco lo que significan.

El clero afirmó que el preservativo no es eficaz en la lucha contra el Sida, proclama que solo son lícitas las relaciones de pareja bendecidas por la Iglesia, que la abstinencia sexual es la única medicina contra los males del demonio o que no ha de ponerse traba alguna para que todo acto sexual implique descendencia. Quienes tales anomalías defienden saldrán a los púlpitos o a las calles para recordarnos eso que es digno de infierno; impugnarán a los gobiernos que se preocupan por esta trama de la salud. Mensajes patéticos, anacrónicos, represores y fundamentalistas nos duelen a quienes tenemos hijos o hijas en edad de procrear.

No es que todos nos encontremos en el trance visto arriba, pero no está por demás tener al alcance, al alcance de quienes lo precisan, un comprimido que ayude a sostener en el lugar que le corresponde a eso que llamamos libertad.

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