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Mi papel de jubileta

El año pasado, cuando cumplí los 70 años, me imaginaba accidentado en la autopista y un periódico titular así: “Anciano gravemente herido mientras circulaba por la TF 5”. ¿Un anciano yo? Luego llega Alarcó y me dice que este es un concepto antiguo porque hoy a una persona de 70 años no se le puede considerar un anciano. Entonces, ¿cómo titular?: “Madurito de 70 años accidentado en la TF 5”. Esto del cambio de conceptos con la llegada de los nuevos tiempos me conviene. Es verdad que no soy un anciano, ni me considero como tal, ni visto como un viejo carrucho y también es cierto que desarrollo la actividad intelectual y física (con alguna obvia excepción) de un hombre de 50 años. Pero también es verdad que a los 70 años está más próximo el toletazo, como diría Pepe Monagas, que a los 50. Es cierto también que me niego a ir a comprar el pan, a ponerme un chándal, a mirar por el agujero de la valla de las obras, a opinar de urbanismo y a montar en guagua o en tranvía. Cuando Franco, en las guaguas había un asiento en el que destacaba una placa con la bandera de España, que decía: “Asiento reservado a los caballeros mutilados por Dios y por la Patria”. Que yo sepa, jamás un caballero mutilado ocupó esos lugares, sino que, sobre todo los hombres -bastante mejor educados que los de ahora-, se levantaban para dejar el sitio a los cojos y a las señoras embarazadas. Y también a alguna tía buena que iba enseñando las tetas en la guagua, todo hay que decirlo. En fin, que a los 70 años, y con este aspecto, no puedo imaginar que nadie me deje el sitio en el autobús, si viajara en él. Pero es que yo, además, detesto el transporte público, por la cosa de los magos.

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