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Waterloo y Maquiavelo

La realidad supera al arte y a la ficción. Porque si alguien hace días hubiera sugerido que Puigdemont iba a residir en Waterloo

La realidad supera al arte y a la ficción. Porque si alguien hace días hubiera sugerido que Puigdemont iba a residir en Waterloo, en el Brabante valón, a escasos kilómetros del escenario en el que Napoleón sucumbió ante los ejércitos de la Séptima Coalición, mientras Grouchy, con parte de las tropas francesas, buscaba torpemente a los prusianos, hubiera sido acusado de pretender denigrar al líder independentista catalán. No en vano, en el imaginario colectivo del sur de Europa, Waterloo es sinónimo de la derrota de un proyecto político y del fracaso final del Primer Imperio, antesala de Santa Elena. Ahora bien, simbolismos aparte, el alquiler de una villa y el abandono del hotel del centro de Bruselas en donde residía parecen indicar que Puigdemont no está dispuesto a perder la libertad, y que se dispone a convertir su residencia belga permanente en una sede institucional catalana en el exilio.
En el plano público, se plantea la pregunta de quién paga el cuantioso alquiler y de si es cierto que lo hace un empresario amigo de la infancia. Y en el plano estrictamente privado, permanece la incógnita de si su esposa y sus hijas seguirán en Gerona, en donde las niñas están escolarizadas, visitándole periódicamente, o si se irán definitivamente a vivir con él. Mientras tanto, el quinto intento histórico independentista catalán transita hacia su liquidación entre la división y el desconcierto. Es evidente que los soberanistas minusvaloraron la reacción del Estado, y han llegado a una situación en la que, por mucho que lo aseguren, no existe un procedimiento legal para investir a Puigdemont en la distancia. Esquerra Republicana y parte del PDeCAT hace tiempo que lo saben, aunque en público guardan la formas. Y unas nuevas elecciones no harían sino aplazar el problema. Por su parte, es evidente también que el Gobierno, para doblegar al independentismo, ha utilizado políticamente a los jueces, fiscales y tribunales de forma masiva; que en los autos del Tribunal Supremo que mantienen en prisión preventiva a varios líderes independentistas hay más juicios de intenciones y más subjetividad que fundamentos jurídicos; y que recurrir preventivamente al Tribunal Constitucional en contra de un dictamen del Consejo de Estado ha colocado a estas altas instituciones en una posición más que incómoda y más que delicada. Nada menos que el ministro de Justicia se permitió el otro día dar por hecho que los encarcelados y huidos van a ser inhabilitados dentro de unos meses, porque continuarán en prisión y seguirán siendo investigados por rebelión. Independencia judicial se llama la figura.
En el carruaje en el que Napoleón huyó hacia París la noche de Waterloo los británicos encontraron un ejemplar muy usado de El Príncipe, de Maquiavelo, con glosas y anotaciones marginales de puño y letra del emperador. Son comentarios que enriquecen el texto original y que ayudan a entender el realismo cínico de ambos personajes. Sería muy beneficioso para todos que Puigdemont y su gente los releyeran atentamente y aprendieran de ellos, por fin, a identificar la derrota.

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