después del paréntesis

Nacionalismo

Después de su regreso de Europa en el año 1921, Jorge Luis Borges se topó con una realidad en Argentina que creyó necesario reparar: por la inmigración, los idiomas que abrumaban, los rostros desconocidos, las culturas discordantes

Después de su regreso de Europa en el año 1921, Jorge Luis Borges se topó con una realidad en Argentina que creyó necesario reparar: por la inmigración, los idiomas que abrumaban, los rostros desconocidos, las culturas discordantes, los usos no compartidos. La nación se confundía e incluso podía desaparecer. La actuación del escritor argentino es memorable, su idea nacionalista esencial. Borges partía de una instancia: dos potestades del individuo en nación: el sentirse y el ser. El sentirse argentino, o canario, es una postura estimable; el ser es quien concreta la entrega, contundente, suprema. Borges eligió ser con todas las consecuencias; por lo que compartía (incluido el español, él que era bilingüe y pensó que el inglés era el idioma de la literatura) y por lo que lo avalaba. Una exigencia: indagar sobre la identidad. Se abismó; lo hizo con los ajustes que ratificaron a las grandes civilizaciones de la historia, de los griegos a los islandeses. Llegó a conclusiones: si hay pueblos que existen por el mar, Argentina vive por la llanura. Un primer recado a sus compatriotas: la civilización de Sarmiento (sustancial en su momento) ha de corregirse; no se puede actuar por exclusión, sino por confirmación. Y en confirmación el gaucho o el personaje de frontera, el sujeto del extremo de la ciudad y la pampa, el compadrito. Un arma, el cuchillo, y los valores que sustancian: el honor, la amistad, el coraje, incluso el compromiso insoslayable frente a la ley. Eso ratifica, dijo Borges. Y ratifica no para fijar la exclusividad y la exclusión, sino para asentar a los hombres en el mundo con mérito y para corroborar los méritos. Que los argentinos hayan visto de soslayo los planteamientos de Borges, que continúen apostando por y solo su cosmopolitismo cuando Borges es un todo, en compromiso y en cultura (es decir, sin oposición) es lo que hizo replantear al autor de El Aleph su postura, abominar de su proyección, hacer que sus últimos días regresaran a Suiza y que su cuerpo descanse en el Cementerio de los Reyes (Cimetière des Rois) en Ginebra. Pero su dictado es trascendental.

Se basa en las convicciones éticas más profundas, en la responsabilidad más eminente. Por eso defendió más de una vez que ser argentino no implicaba despreciar lo humano; dijo: lo humano me pertenece, forma parte de mis preocupaciones. El extraordinario escritor que fue, siendo de su país, decidió por lo mortal, lo discutió. Ante sugerencias como las vistas, el nacionalismo de hoy nos lleva a extremos vergonzosos y aberrantes. Alguien basado en posiciones peculiares se cree con derecho a confirmar por ti lo que eres, sobre todo si no te arrimas a sus artimañas. Miras a Cataluña, en posiciones políticas que mezclan la izquierda con la derecha apabullante y corrupta, y te asustas. Y reparas en lo que ocurre, con sesiones del Parlament como la del pasado miércoles o con lo que da con esa barbaridad a la que no le importa enterrar una de las actuaciones culturales más sobresalientes de Europa, una de las economías más boyantes del continente o negar su condición a más del 50% de los naturales (como a Joan Marsé o a Albert Boadella, apellidos de pro catalanes). La injuria tiene una marca: el plan Jordi Pujol, que asentó su domino con la exclusividad y la exclusión, insisto, para volverse inmensamente rico él y sus hijos. Con los culpables que lo consintieron por intercambios legislativos: PP y PSOE.

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