chasogo

Barahúnda

A don José le salió un grano en su párpado inferior izquierdo. No le gustó. A doña Adela tampoco. Así que pidieron consulta al afamado oftalmólogo sin hacer caso de su vecina, doña Eduvigis, que diagnosticó sin vacilar: eso es un orzuelo. Cuando les dieron hora ya había desaparecido el rojizo y doloroso punto que le había aquejado, pero don José consideró que, habiendo llamado para pedir una consulta, tenía, por lo menos, que acudir a la cita.

A la hora indicada llegó al despacho del especialista y una hora después entraba en el cuarto donde le habían de hacer el reconocimiento previo antes de presentarse al insigne oculista. Y allí comenzó la barahúnda.

Porque en aquella habitación llena de aparatos, oscura y con media docena de sillas, iban y venían pacientes y enfermeras (solo enfermeras, chicas jóvenes y más o menos bellas) en unos movimientos sincopados que recordaron a don José el baile de las sillas ¿Lo recuerdan? Un número X de bailarines y un número X-1 de sillas. Danzan los danzantes mientras hay música pero cuando ésta acaba tienen que buscar asiento, y una persona se queda sin silla. Ha perdido. Y así sucesivamente mientras las sillas van desapareciendo una a una. Pues algo así parecía suceder allí.

El paciente A se levanta de ante el aparato B cuando acaba su exploración, la cual lleva a cabo la enfermera C; su lugar lo ocupa el paciente D el cual, a su vez se levanta dejando atrás el aparato E y a la enfermera F… menudo lío ¿Lo han entendido?

No es tan complicado. Lo complicado es que el ritmo continuamente se alteraba, porque la enfermera F llamaba a la enfermera J y le preguntaba por qué el botón rojo de las forcípulas no corregía las ombliaciones de la palanca azul. Conciliábulo de un par de minutos mientras las dos ATS charlan sobre forcípulas y ombliaciones. Más allá otro paciente se queja de que a él no le han llevado ante el aparato de las lucecitas rojas, que a él le encanta. Y así pasan los minutos.

Por fin se va aclarando el panorama. Don José piensa que tal vez se deba a que ha aparecido un nuevo (nueva) actor en la barahúnda. Se trata de una señora mayor, con un espantoso traje largo que casi le llega a los tobillos, que se mueve silenciosamente entre la acumulación de artefactos y muebles, al parecer sin dirigir la palabra a nadie, como fantasma incorpóreo deslizándose por las capas superiores del éter.

A nuestro protagonista le colocan ante el aparato de las lucecitas rojas que pedía el otro señor. La postura no es agradable y teme que su quinta vértebra cervical se horizontalice tanto que le dé un soponcio. Cuando ya llevan un tiempo “mire a la izquierda, mire a la derecha, parpadee, observe la luz roja, ahora mira la azul con pintitas amarillas, etc.”, don José nota que, como se había temido, su vertebra se está “horizontalizando” cada vez más. La trabajadora muchacha exclama: “Pero si este señor no es don Clodoaldo, ¿verdad?, pues el número de las historias no coinciden ¿Usted qué número tiene?” Don José farfulla una respuesta que no termina por concretar pues otra rubita de bata blanca le dice a su compañera, sin ser preguntada: Ese señor tiene el 15992. Claro, exclama la otra, ya decía yo. Y reinicia la exploración de don José que nota claramente que su 5ª vértebra… Y le da el soponcio.

Le sacan a rastras. Su pierna derecha se engancha en ¿una forcípula?, una mesita con aparatejo incluido se ladea y se oye un grito de horror. No, la sangre no llega al río. Una fuerte mano masculina se queda sin la uña de su dedo anular derecho pero la mesita y su contenido se mantienen en pie. Suspiros, muchos suspiros.
Por fin le depositan en el sofá de la sala de espera que no es apto para la longitud corporal de don José, por lo que su cuello queda torcido (¡Ay, ay, esa 5ª vertebra…!) Afortunadamente el señor al que le falta una uña a su mano derecha lo endereza y le coloca en una postura bastante más fisiológica y don José se va recuperando, se levanta, se acerca a secretaría, paga y recoge el informe: Nada anormal.

TE PUEDE INTERESAR