después del paréntesis

Impostores

Jorge Luis Borges recordó, a los 82 años de edad (nació en 1899), que “los únicos paraísos no prohibidos al hombre son los paraísos perdidos”. Borges, como su maestro Schopenhauer, era un pesimista; ahora bien, pesimista con sentido, un ser humano que, aceptando que el azar es quien maneja, no se privó del compromiso. En ese quebranto, la patria. En la década del 40 Jorge Luis Borges presintió el futuro como un recinto de quiebras. Por eso escribió sobre la deuda con sus mayores, los padres de una nación que comenzaba a desfigurarse a causa de la gran inmigración del finales del XIX y principios del XX. Se impuso redimir a la Argentina que se desvanecía. Y confirmó su talento al rematar en el papel un juicio excelso: lo eminente de los hombres es morir por lo que aman, no matar a lo que temen. En la versión de 1955 de su Evaristo Carriego se encuentra uno de los alegatos más contumaces contra la obra del innombrable Perón y sus consecuencias. La conclusión es que no se puede aceptar que los impostores nos ofrezcan el porvenir conforme a su afilada y siniestra medida. Ante actitudes tan excelsas como la vista uno comienza a ratificar que lo que buscan esos impostores es imponer los quebrantos y suspender las perspectivas.

Oyes a un tal Mariano Rajoy (gran patriota como Borges) en una rueda de prensa liquidar , con supina poca vergüenza, a un líder de la oposición por, dado la que cae, optar por el deber de una moción de censura. Y oyes al cabecilla de Ciudadanos armar la exclusa de su ambigüedad porque precisa que Rajoy permanezca donde está hasta que se confirme lo que las encuestas anuncian. O escuchas a Cospedal salvar al depauperado PP. No han roto ni un plato y el asunto de la Gürtel es cuestión de jueces a los que el caso se les ha ido de la mano. El presidente que es de mi país ha hecho de la mentira una proclama política. Busca que los ciudadanos lo secunden. No importa que con ello se borre la ética del Estado y se acabe con la dialéctica. Lo adversarios son enemigos. Y en esa posición, la ambición de poder y pulverizar el país, Sánchez. No es que un partido político haya descendido hasta la más aberrante pestilencia; al contrario, ha de ratificarse que ese partido político es la salvación de España. Pelillos a la mar. ¡Portentoso! La derecha nos ha acostumbrado a negar las certidumbres. Por lo general se deduce de su esfuerzo el tributo a la infamia, un modo de convencernos de que, aunque lo sospechemos, solo son embaucadores.

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