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Sensación de impunidad

El sectarismo político que impera en muchos medios españoles, liderados por la Sexta, destaca recurrentemente los casos de corrupción del Partido Popular, que afloran sin cesar, frente a otras corrupciones partidistas, como la de los socialistas valencianos, Mercasevilla y los ERE del PSOE andaluz, o la corrupción de la familia Pujol. No obstante, es evidente que la corrupción en el seno de los populares adquiere cada vez más un carácter estructural, y que, como consecuencia, sectores importantes de sus votantes se están desplazando a Ciudadanos. Mariano Rajoy consiguió la aprobación de los Presupuestos, pero el triunfo de la moción de censura no le ha permitido asegurar su mandato, y la situación del partido se está volviendo crítica. Las cosas están mal, y podrían haber sido peores si Rajoy hubiese decidido sucederse a sí mismo al frente del partido y no permitir que alguien intente salvar los muebles. Aunque entre los candidatos no abunda la gente sensata y no contaminada.

Los populares corren peligro de terminar como la UCD. Lo único que los salva es que el PP tiene ochocientos mil militantes y una mayor cohesión interna. Y que, a pesar de las manifestaciones y declaraciones en contra, segmentos importantes de votantes populares, como muchos pensionistas, pueden sentir un cierto vértigo en cambiar de papeleta. Las elecciones autonómicas en Madrid y Valencia van a ser un indicador muy significativo de la suerte futura del Partido Popular; y en esas Comunidades los populares deberán extremar sus precauciones a la hora de designar candidatos y adoptar estrategias electorales. Los ataques mediáticos preventivos -con vocación de disuasorios- contra Pablo Casado ya indican el escenario en el que van a tener que medirse.

Dentro de este panorama, llama mucho la atención una característica recurrente de la corrupción de los populares, como es su puntual registro escrito en papeles y anotaciones varias, hasta el punto de conformar una sistemática contabilidad B. Cualquiera diría que la mejor forma de ocultar los concursos amañados, las comisiones ilegales, los paraísos fiscales, el blanqueo y demás presuntos delitos al uso es no dejar el menor rastro escrito de que tales cosas sucedieron. Sin embargo, en los llamados papeles de Bárcenas se puede seguir con facilidad el desarrollo de la trama, con indicación de beneficiarios apenas velados por iniciales o claves obvias, como ese “M. Rajoy”. Y ahora se dice que en el altillo de un piso de lujo vendido por Eduardo Zaplana se encontró ¿olvidado? un auténtico manual de operaciones de blanqueo resumido en cuatro o cinco páginas manuscritas.

El correlato de la sorprendente práctica anterior es que, llegados ante el juez, los investigados no dudan en esgrimir esos papeles y acusarse unos a otros buscando un trato judicial favorable y una rebaja de sus condenas. Además del descuido con el que comentan sus actividades por teléfono, sin tener en cuenta que las probabilidades de que un político español tenga sus teléfonos intervenidos -legal o ilegalmente- son altísimas. Sensación de impunidad se llama.

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