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El tercer hombre

Como se esperaba, Pablo Casado venció a la anterior vicepresidenta del Gobierno y ganó el Congreso que le ha convertido en presidente del Partido Popular

Como se esperaba, Pablo Casado venció a la anterior vicepresidenta del Gobierno y ganó el Congreso que le ha convertido en presidente del Partido Popular. Aunque la vicepresidenta había obtenido la mayoría del voto de los afiliados, fue decisivo que la totalidad de los demás candidatos, en particular Cospedal, pidieran el voto de los compromisarios para él. Y esa es la primera cuestión relevante del proceso: la profunda animadversión, el odio africano que, al margen de sus ideologías, la secretaria general saliente, García-Margallo y otros líderes populares tienen contra la exvicepresidenta (desde hace tiempo existe un llamado G-8, una reunión informal de ministros y exministros populares unidos por esa animadversión). Es la contrapartida al inmenso poder que llegó a tener y su presunta utilización de la inteligencia del Estado y la Inspección de Hacienda como fuego amigo en contra de muchos de ellos. Al mismo tiempo, era la representante del marianismo, del inmovilismo tecnocrático y pasmado de Mariano Rajoy, que, teniendo mayoría absoluta, renunció a defender los principios y valores del partido, no derogando o modificando las leyes socialistas que los vulneraban y fiándolo todo a la gestión y la macroeconomía. Ha sido también la derrota de Javier Arenas, de Celia Villalobos y de su marido Sergio Arriola, el analista y consultor de cabecera de Rajoy y responsable de su desastrosa y cansina estrategia.

Pablo Casado representa el conservadurismo de Aznar y el liberalismo de Esperanza Aguirre, trufados de humanismo democristiano y Doctrina social de la Iglesia. Y, como se ha señalado, en términos ideológicos supone un alejamiento del centro y una viraje hacia la derecha tradicional, que revive asuntos pacificados como el aborto. Parece contradictorio con el propósito confesado de recuperar el voto perdido en la abstención o en Ciudadanos, al que, aparentemente, se abandona el centro político, aunque no la defensa de la unidad de España y la lucha contra el independentismo. Pero hemos de tener en cuenta que, en las actuales sociedades desarrolladas, la dimensión izquierda-derecha no es la única dimensión electoral y política: es el efecto Macron.

or eso sería un error analizar lo sucedido en términos exclusivamente ideológicos. Porque la elección de Casado se ha vivido por su partido como una parusía, como una -otra- refundación en busca de sus valores y principios, presidida por un líder joven que, a pesar de su conservadurismo, que proclama con orgullo convencido, transmite fuerza, entusiasmo y, sobre todo, capacidad para cumplir sus promesas. Es el tercer doble de Macron, el tercer hombre junto a Albert Rivera y Pedro Sánchez (dos de ellos vencieron a mujeres candidatas y, al modo norteamericano, incorporan a sus mujeres a su imagen pública). Son los tres líderes de los tres primeros partidos nacionales. Pedro Sánchez, por ejemplo, ha hecho lo mismo que Casado, pero al revés: abandonó el centro y protagoniza un viaje hacia la izquierda radical y el guerracivilismo.

El líder del cuarto partido no es un doble de Macron. Es, simplemente, una mala copia de Lenin.

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