tribuna

Un cuento de miedo

¿Recuerdan a don Florencio? Ese mismo, al que no dejaban ni morir. En este caso ocurrió que aparecieron por aquel pueblo los hijos de antiguos amigos del Nuevo Continente. Dos caballeros, con sus respectivas esposas, gente de tierra adentro, para los que el mar era la fuente de todas las maravillas del mundo.

Enrique y Sara, Teodoro y Rosa, las dos parejas., se empeñaron en que don Florencio tenía que enseñarles las bellezas de la costa, todas las ensenadas, todos los roques y acantilados que rondaran por los alrededores. Nuestro amigo Floro tenía muchos años y pocas ganas de hacer de funámbulo por los senderos junto al océano, pero un día ya no le quedó más remedio que llevar a sus invitados a patear por un camino que él, en mejores tiempos, había transitado más de una vez.

Por razones que no van al caso la salida para la caminata se fue dilatando y se inició el paseo bastante después de la comida del mediodía. Y, ya de entrada, a las señoras les dio por hablar de ánimas, de fantasmas y otros seres incorpóreos que, por lo visto, residían en un pantanal cercano a donde ellos vivían.

Obligaron luego al pausado don Florencio a que les contara relatos y cuentos de esa clase de elementos no vivos que anduviesen por los alrededores. Él, un poco para fastidiarles, se inventó una mujer que se había suicidado tirándose de un cercano acantilado y que les aparecía a ciertos caminantes en determinadas fechas del año.

Se fue entenebreciendo el panorama y, poco antes del fin del paseo, cuando llegaban ya a la carretera junto a la casa de un amigo de Florencio, los ánimos, especialmente los de las mujeres, estaban muy excitados.

Para alcanzar el asfalto tenían que atravesar un barranco, con un bosquecillo de sauces en sus orillas y, cuando lo hacían se oyó algo así como el lloro de un niño, al tiempo que unas piedrecitas se desprendían de una de las laderas del corte. Para amenizar aún más la fiesta comenzó a lloviznar.

Entonces se asomó a la puerta de la casa del amigo de don Florencio el dueño de la misma, el cual, al tiempo que se oía un alarido, les gritaba: “Corran a casa que les va a coger la sorimba”.

Las dos parejas, especialmente el lado femenino, pálidas y demudadas, subieron a la carrera el corto espacio que les separaba de la casa y una vez dentro cerraron la puerta de un portazo, con tan mala suerte que debieron trincarle el rabo a un gato negro que andaba por allí, el cual dio un maullido digno de Caruso.

A una de las damas le dio un desmayo y el marido, al intentar cogerla, tropezó en una especie de sofá y se fueron ambos al suelo. La otra pareja, estrechamente abrazada, estaban también al borde de un soponcio, pero el marido, intentando animarle, le comentó: “Menos mal que llegamos a la casa y la bruja esa, la sorimba, no nos agarró”.

Por si fuese de interés, la Academia Canaria de la Lengua tiene tres acepciones para la palabra “sorimba”:
1.-Lluvia menuda con tiempo algo ventoso.
2.-Turbación del ánimo.
3.- Borrachera.

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