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¿Cultura diferenciada?

Me he encontrado con ese concepto, el de cultura diferenciada, en el nuevo Estatuto de Autonomía que se discute para Canarias, que entre otras cosas “atribuye a la comunidad autónoma la competencia para regular las particularidades del español hablado en el Archipiélago”. Al respecto, menos mal que existe una Academia Canaria de la Lengua, pues entre académicos y lexicógrafos, que no gobernantes, deberían quedar tareas tan delicadas como “regular” o definir qué se entiende por “particularidades” en el castellano hablado en Canarias. La lengua, lo sabemos, es un fenómeno esencialmente social, y en cuanto al castellano, que ya es idioma milenario, si bien debemos seguir su evolución en distintas geografías, también debemos afirmar su tronco histórico, porque una lengua de seiscientos millones de hablantes, en la Babel contemporánea en que vivimos, es un regalo de los dioses. El futuro será, nos guste o no, una guerra de idiomas, y en posición ventajosa arrancamos para bien de nuestra enorme comunidad de hispanohablantes.

Culturalmente hablando, desde la caída del Franquismo, España se ha movido hacia los particularismos, las identidades regionales, los patrimonios locales. Movimiento centrífugo que se opone a ese centralismo castrante que niega las diversidades culturales. Pero ese justificado movimiento, cuya gama va desde los vistosos desfiles de calle hasta los muy políticos movimientos separatistas, de tanto expandirse hacia afuera, se olvidan o nunca más regresan al centro, dejando desvalido el concepto de la apuesta nacional. Hoy se piensa mucho en lo que el gran Alejandro Rossi llamaría “la fábula de las regiones” y muy poco en la idea de lo que nos hace semejantes, pues el futuro, al igual que el idioma, no es asunto de regiones sino de grandes constructos nacionales o hipernacionales, que definirán la geografía de nuestros hijos y nietos. En ese debate, repito, nuestras mejores armas serán las semejanzas y no las diferencias, y ya con el idioma común tenemos nuestra verdadera “cultura diferenciada”, pues es nuestra mayor apuesta universal.

Si nos sobra discusión y afirmaciones sobre lo diverso, ¿por qué no reflexionamos lo suficiente sobre el papel de España en el mundo? Frente a colosos como Rusia y China, por demás omnívoros, ¿cómo nos ubicamos? Frente a la América hispana, que es como un espejo histórico, ¿por qué siempre estamos rezagados, como si eso no fuera parte de nosotros mismos? Frente al mundo anglosajón, que es nuestro verdadero rival idiomático, ¿cómo nos diferenciamos para volvernos más atractivos? Debate sobre particularismos sin debate nacional es oficio de ciegos, pues mientras estamos celebrando los carnavales de Santa Cruz, la Universidad de Salamanca se llena de estudiantes chinos que vienen a aprender español para luego hacer negocios en Hispanoamérica. Sobre ese debate interminable, hago mías estas palabras del poeta y ensayista Juan Malpartida: “Buscar la identidad nacional es legítimo, pero no lo más importante. Esa pulsión la he notado en Perú, Argentina, México, Venezuela, y me imagino que a lo mejor también los otros lo ven en los españoles. Pero creo que el elemento de identidad sustancial es más bien lo universal, que no lo local. Esto es, lo que puedo reconocer siendo español, italiano, de Galicia o Mar de Plata. Lo que es muy propio quizá nunca pueda ser propiedad de otro”.

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