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Los públicos del TEA

Cualquier visitante que se acerque al TEA reconocerá a primera vista la majestuosidad de su obra física

Cualquier visitante que se acerque al TEA reconocerá a primera vista la majestuosidad de su obra física. Sin duda que su emplazamiento, sus caminerías en diagonal, su comprensión de las líneas urbanas que lo rodean –el Puente Serrador pero también el Barranco de Santos–, son dignos de admiración. Es una apuesta nada disruptiva de modernidad en un enclave urbano bastante tradicional. Quizás su servicio público más conocido sea la Biblioteca, que parece un acuario humano visto desde variados ángulos: una humanidad silente allí flota, y lee o estudia casi las 24 horas del día. También hay joyas secretas, como su programación de cine, verdadera selección enciclopédica de cine de autor; o su cafetería espaciosa, lugar apacible para citarse con amigos. La programación de talleres, por lo demás, parece intensa, y muy dirigida a población juvenil e infantil, quizás por aquello de que la letra entra, o digamos más bien la imagen, cuando más temprana es la edad de quien aprende.

Dicho todo lo anterior, donde sí pareciera haber áreas de mejora es, precisamente, en las razones de fondo de la institución: ser la referencia mayor de esta ciudad en cuanto a arte contemporáneo se refiere. Y allí, si bien se hace un esfuerzo curatorial importante y se diseñan sucesivas programaciones anuales, la respuesta del público es muy baja: no se corresponde a la oferta que se le propone. Cierta audiencia se concentra en las inauguraciones, es cierto. pero luego las salas quedan abandonadas por dos o tres meses, hasta que se convoca a la próxima inauguración. Dos posibles explicaciones podrían avanzarse al respecto: o la cultura visual del ciudadano común es baja, y por lo tanto se requeriría de un gran esfuerzo pedagógico para una puesta al día de lo que es el arte contemporáneo, que el mismo museo podría proponerse; o la institución debería asumir una estrategia comunicacional y promocional de fuerte impacto, dando a entender que en estas edades que vivimos lo icónico cobra mucho más fuerza que lo letrado. Lezama Lima aseguraba que en la imago está la base de la cultura. Razón de más para afirmar que un museo es, esencialmente, la casa de la imagen.

Creo que el reto es más interesante que el diagnóstico, y que en tal sentido el museo lo tiene todo para lograrlo. Pasar de espacios vacíos a espacios vivos es un imperativo, tal como lo vemos en la Biblioteca. El TEA necesita direccionamiento, estrategia, ser reconocido por el público al que se debe. Sobran experiencias en los grandes museos contemporáneos del mundo que se podrían replicar aquí. Las ideas e iniciativas están por desarrollarse: faltaría tan sólo el detonante de un equipo enamorado de su propia capacidad de desarrollo, suficientemente estimulado por los rangos directivos y por las instituciones de las que depende el museo. No actuar en relación inversa a la inercia sería imperdonable. Una institución de esa prestancia merece estar siempre en la cúspide de sus posibilidades.

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