el charco hondo

La fábrica de la felicidad

Ocurre con la cultura de las dimisiones lo que pasa con las gafas progresivas, cuesta adaptarse. Y en esas estamos en este país, acostumbrándonos a observar la política con lentes preparadas para un tiempo distinto. Otras son las reglas del juego. Otro el listón de exigencia, lo que antes se perdonaba, o permitía, ya no. Que dos ministros se vean obligados a tirar la toalla, ¿obedece a que Sánchez no tiene apoyos suficientes para mantenerlos en sus puestos o responde a que la nueva política era esto? Nunca sabremos qué habría hecho el presidente con esos dos ministros si su Gobierno tuviera detrás una mayoría absoluta; y, en consecuencia, no resulta fácil averiguar si los deja caer por convicción o debilidad. Sin margen para gobernar, a Sánchez solo le queda aferrarse a un relato de gestos, emociones y ejemplaridades, señales que lo ayuden a que el ciudadano de a pie perciba que los socialistas son diferentes a los anteriores. Las dimisiones son, obedezcan a lo que obedezcan, un ejercicio saludable -especialmente sí, como ha ocurrido con la ministra, se recurre al argumento de que una universidad, constituida como fábrica de la felicidad en según que casos, conspiró a sus espaldas para mejorarles la vida. Una obscenidad, esto último, que Manuel Jabois resume acertadamente, apoyándose en Salinger y en su sospecha de que las personas conspiraban para hacerlo feliz -un paranoico a la inversa, decía-. La teoría de que otros maniobraron para allanarles el camino -eso sí, sin quejarse- no se sostiene y conduce a la puerta de salida. Con la dimisión de la ministra los socialistas salvan otra bola de partido y le hacen una faena a Casado, aspirante masterizado al que habría venido de cine que Montón continuara sentada en el Consejo de Ministros -eso de que su caso no tiene similitud alguna con el de la ministra se califica solo-. Colocar el listón de exigencia tan alto viene bien, aunque no está exento de provocar las injusticias que a veces acarrea no esperar a que se pronuncie la Justicia. Dos dimisiones en apenas cien días, ¿es un síntoma de fragilidad o una señal de buena gobernanza?, ¿y por qué ambas cosas no pueden convivir? La política está estrenando gafas progresivas, y cuesta acostumbrarse, no es fácil hacerse a la cultura de las dimisiones que practican en países de los alrededores. Los ojos deben adaptarse a las lentes, no al revés. Las cosas han cambiado. Matricularse en una fábrica de la felicidad ahora es un atajo hacia una caída en desgracia.

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