por qué no me callo

El engranaje invisible

Cuando más de 80 líderes mundiales se reúnen , como este domingo,y posan juntos bajo el Arco del Triunfo de París y el anfitrión expresa sus dudas sobre cuánto tiempo resta de paz, uno tiene motivos para tentarse la ropa. ¿Entonces, que está sucediendo entre las bambalinas oficiales, detrás de toda esta rutina de apariencias, bajo la que permanecemos confiados como si nada fuera a pasar, a pasarnos, hasta ese punto? ¿Una guerra? ¿Mundial? ¿Entonces, hay razones de verdad para estar preocupados, como decía el Papa? ¿Las bravatas de las potencias, del trumphitleriano, su arrancada de abandonar el tratado de armas nucleares de rango medio firmado con Rusia en 1987 y de reforzar el arsenal atómico de su país, no son payasadas, entonces, de un idiota en Locolandia, como se cuenta en el libro de Bob Woodward? ¿Y el rearme de Putin, y los más de 200 conflictos del año pasado, y las guerras de Siria y Yemen, con lo del gas sarín y las bombas de Arabia Saudí son indicios? ¿Y el descuartizamiento del periodista Khashoggi en el consulado turco de Riad? ¿Y los ensayos con misiles en Corea del Norte? ¿Y los nuevos dictadores-democráticos -ese nuevo oxímoron- en Italia, Polonia y otros estados de la misma catadura? ¿De manera que están dadas las condiciones para ciertos signos que no barruntan nada bueno? La frase de Macron, el orador anfitrión, es tremenda, ante la pléyade de jefes de Estado -entre ellos, Trump, Putin, Merkel…-, bajo el Arco del Triunfo, este domingo, en el centenario del Armisticio de la I Guerra Mundial, cuando se preguntó en voz alta si esa imagen de todos juntos celebrando la paz “será la foto de un último momento de unidad antes de un nuevo desorden mundial”. No estamos en la intimidad de esa frase, en la información privilegiada de esas ochenta y tantas cabezas que rigen los destinos del mundo; desconocemos el quid de la cuestión en este instante exacto de la Historia, pero no hay que ser muy listo para suponer que algo se está cociendo debajo de esa frase lapidaria del presidente de Francia.

La tríada de estadistas buenos -dos hombres y una mujer- estaba representada por el propio Emmanuel Macron, el augur de esta alerta; Angela Merkel, la canciller que se ha metamorfoseado en una de los nuestros, y António Guterres, el presidente de la ONU. “Muchos dan hoy la paz por hecha, pero no es así”, clamó Merkel y reclamó ante los aliados seguir luchando por la paz mundial evitando confrontaciones, gestionando flujos migratorios, eludiendo guerras comerciales y aplicando la solidaridad. Al papa Francisco, que también es jefe de Estado, le han salido tres papas seglares con su discurso.

La paz está seriamente amenazada, al parecer (a la Nobel Aung San Suu Kyi le retiraron el premio de Derechos Humanos del Museo del Holocausto de EE.UU. por su silencio cómplice con el genocidio de los rohingya). París ha sido sede de un foro global para este fin, del que se ausentó el peleón de la Casa Blanca. La paz es una batalla de todos los días, arremetió Merkel, que en otra foto célebre le canta de pie las cuarenta a Trump, adujado en la silla como un niño ruin.

Macron, Merkel y Guterres glosan un mundo multilateral frente al Le Pen yanqui. Hoy no habría sido posible la Declaración Universal de los Derechos Humanos y se ha puesto en marcha -como avisa Guterres- un “engranaje invisible” similar al que desembocó en las dos guerras mundiales. Uno prefiere replegarse en el islote y contar hasta cien. Cien años después. Y que salga el sol por Antequera.

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