en la frontera

Moral y actividad política

Se ha dicho que la política es una de las tareas más honrosas entre aquellas a las que una persona puede dedicarse, cuando se desempeña con esfuerzo, saber y rectitud. Es honrosa porque desde ella se dispone de la ocasión de rendir servicios de altísimo valor a nuestra sociedad y además, cuando se practica con nobleza y al servicio de los ciudadanos, produce la mejora moral del político como ser humano. Efectivamente, si la acción pública no mejorara efectivamente al político que la ejerce como ser humano, todo el discurso sobre la centralidad de la persona en la acción política se vendría abajo, quedaría en puro maquillaje o marketing sin más. En la vida moral no cabe estancarse, o se mejora o se empeora. Aguantar ya es mejorar, por cuanto el tiempo aumenta el caudal de nuestra experiencia.

El político que no progresa en el terreno ético, corre el riesgo inminente de corromperse. El compromiso solidario, el talante dialogante, la mesura, la atención a la realidad social…, engrandecen y fortalecen el ánimo del político. Las dificultades del entendimiento y -digámoslo también- las trampas de que está sembrada la cancha pública, lo mantienen alerta y aguzan su inteligencia. Los reveses -hay que contar con ellos, a diario, y en los diarios- lo templan. Si en la dureza de la dedicación pública el político sabe preservarse del escepticismo y del cinismo, de la indiferencia o de la frialdad, del pragmatismo interesado y del sectarismo, y si sabe mantener viva su determinación en la mejora de las condiciones de vida -no sólo materiales, humanas- de sus conciudadanos, estará en condiciones de triunfar en la vida política, sobre todo en el momento que algunos consideran como el del fracaso -el político de valía sabe convertirlo en un éxito-, y que a todos llega, el de la retirada. En la dedicación política, sea fugaz o prolongada, la dignidad personal es el mejor timbre. Y en la dignidad del hombre público brilla la dignidad de sus conciudadanos. Por eso su talla moral es el mejor tributo que puede prestarles.

Otro asunto. La participación ciudadana en los asuntos del interés general debe ser una de las materias mejor impartidas en la educación cívica que deben tener las personas que viven en un Estado que se define como social y democrático de Derecho. La participación es posible cuando los poderes públicos son sensibles a las iniciativas de los individuos. La participación es posible, y auténtica, cuando existe el convencimiento de que todos los ciudadanos pueden, y deben, aportar y colaborar en la determinación de los asuntos públicos. La participación es posible cuando se estimula, cuando se promueve, cuando se facilita que las personas se tomen en serio su papel en la promoción del bien general.

La carencia o el anquilosamiento de las acciones civiles debilita la participación de los ciudadanos, empobrece el dinamismo social y pone en peligro la libertad y el protagonismo de la sociedad frente al creciente poder de la Administración y del Estado. Una sociedad sin iniciativa social y sin medios eficaces para llevar a la práctica los proyectos por ella promovidos, puede llegar a ser enteramente dominada y controlada por quienes consiguen apoderarse de los resortes de la Administración y de los centros de poder más importantes. Por ello, uno de los retos del sistema democrático desde el punto de vista ético se encuentra en la necesidad de que los ciudadanos se interesen y participen en la vida colectiva. La tarea no es fácil, porque no se trata de forzar la participación, sino de hacer posible que los ciudadanos quieran participar y colaborar en las tareas públicas porque son conscientes de que su aportación es esencial para el funcionamiento del sistema.

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