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Nación sin noción

En la España de los últimos años, los particularismos están de moda. Lo que impera es lo regional, lo provincial, lo diferenciado. Pareciera que la red de autonomías es lo que más importa, al extremo de que cada una se piensa a sí misma sin ir a más. Nuevamente la tendencia centrífuga, tan corrosiva en el pasado, es la que domina, sin que el proyecto nacional interese a nadie. En el campo cultural, a mayor diversidad, mayor riqueza, y en eso España es ejemplar: nación de naciones, pero en el campo político, o más bien ciudadano, la fortaleza proviene de la unidad (una unidad, dígase bien, admirablemente variopinta). Pues esa unidad es la que hay que fortalecer hoy de cara a los grandes desafíos del mundo actual y del venidero. Unidad para lograr mayor capacidad de interlocución frente a sus socios europeos, unidad para lograr un diálogo más profundo con sus socios hispanoamericanos, unidad para mostrar un modelo de vida que respeta profundamente las libertades individuales. Esto se dice fácil, pero no lo es; ha costado sangre, sudor y lágrimas conseguirlo. El estado de bienestar en España hay que cuidarlo como una tacita de plata, pues el entorno planetario es cada vez menos democrático, menos liberal y menos respetuoso de las libertades. Frente a este modelo, ejemplos como el de China o Rusia son verdaderas aberraciones, donde partidos únicos o líderes únicos reconcentran el poder y niegan por completo la voluntad ciudadana.

Que la heterogeneidad cultural y el diseño autonómico prosperen siempre (está en los preceptos de la Constitución), pero no a costa de no tener un discurso nacional, pero no a costa de sostener que la diferencia resta cuando todo debería sumar. El gran desafío está en saber encontrar fortaleza a partir de la suma de diferencias, está en cómo reconocer que el canto de España debe ser siempre coral: a través de una sola voz hablan muchos, a través de una singularidad se expresa una pluralidad. La realidad cultural debe tener una traducción en el campo político, que obviamente no es la de las particularidades. Tanta identidad como sea necesaria en el terreno de la cultura, pero tanta ciudadanía como sea necesaria en el campo de la política. Los líderes que no salen del redil, que se fosilizan con discursos parroquiales, que se hunden en proclamas de romería, juegan finalmente a la fractura nacional, no ven que la unidad debe ser más vigorosa que nunca para encarar el tamaño de los desafíos planetarios. Ese ideal de posguerra, cuando pensábamos que la democracia y el liberalismo crecerían como una enredadera por todo el orbe, está en franco retroceso. Hoy la metamorfosis del poder atenta muy seriamente contra lo que Europa resguarda y de manera muy particular también España. Rescatar el discurso nacional, sobre la base de una sólida realidad cultual, es el desafío más grande que España tiene en el campo político, pues sin noción de país nos podemos quedar sin nación.
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