tribuna

Rambo en Tenerife, y no es coña

La estampa de Rambo en Santa Cruz es una de esas imágenes inauditas, te frotas los ojos y sigue ahí, como fue la de Michael Jackson hace veinticinco años entrando por el aeropuerto como un holograma del artista original o un estado de hipnosis colectiv

La estampa de Rambo en Santa Cruz es una de esas imágenes inauditas, te frotas los ojos y sigue ahí, como fue la de Michael Jackson hace veinticinco años entrando por el aeropuerto como un holograma del artista original o un estado de hipnosis colectiva. Stallone deambuló el primer día entre operarios y fans que le aclamaban en las ventanas y balcones de Los Gladiolos como si fuera un doble, un sosias de Carnaval, como Soria fingiéndose Elvis o Pedro Gómez Cuenca disfrazado de Charlot. El pueblo llano se identifica con este género badulaque de mitos barriales, expeditivos e inmortales, cuando Stallone pasó por la universidad, se acreditó en arte dramático, escribe sus propios guiones y ha estado a las puertas del Óscar, si bien el imaginario colectivo lo aprecia por rudo y descamisado y de ahí en otra época se iba directo a la Casa Blanca. Sylvester Stallone es un personaje que vive en el celuloide transmutado en Rocky o Rambo, según se tercie, y no se plantea ninguna incompatibilidad, pues son dos versiones de un actor que se inventó un cliché y un sustancioso caché y ahora triunfa también haciendo misiones corales de vengadores justicieros, que es lo que vende. Salvo un bache en el camino, la carrera le ha sido provechosa, otra cosa es ser Redford o Brando, pero se ha hecho una leyenda siendo el mocho o el macho de la fregona. Y hemos envejecido viéndolo envejecer a nuestro lado en la gran pantalla, fiel al molde de cartón piedra en nada menos que cuarenta años de metraje. A estas alturas, claro que este Rambo nos resulta familiar como un héroe guionizado que se ha metido en casa, un primo de Zumosol al que le han nacido imitadores en medio mundo -aquí también, no solo en Carnavales-, porque todos necesitamos un Rambo en nuestra vida como se está poniendo el patio y Trump.

Yo recuerdo la primera vez que entré en el cine en los 70 a ver a este hombre debutando en el papel de Rocky Balboa, de cuando las productoras lo rechazaban como actor pero se peleaban por el guión y los mandó a hacer puñetas hasta que tuvieron que tragárselo y fue una mina. Boxeador épico de clase baja o lobo solitario del Vietnam, nos ha comido el coco en todos estos años entrometiéndose en las Termópilas de todos los fregados que se le pusieron a tiro con pinta de juguete vigorizado de lego. Conserva los músculos mejor que Schwarzenegger y podría seguir en el papel cuando la mayoría de sus primeros seguidores ya hayan muerto. Por eso ver al pendenciero justo de carne y hueso trastoca la lógica del espectador, que no sabe si está viendo o haciendo la película. En la calle de La Noria, Stallone se dejó ver ayer como uno más, pero el efecto era el mismo. Parece de pega, cuesta creérselo, aunque estemos curados de turistas famosos, Rambo es otra cosa, es como ver en persona a un Hollywood antropomorfo en medio de Santa Cruz. Ahora quedan pocos de su generación en pie en el Olimpo de las estrellas. Cuando venga Tom Cruise pasará lo mismo; son visitantes de otra pasta, a los que hemos visto tanto que no los podemos reconocer tan de cerca, porque nos parecían reales en la pantalla y, en cambio, en su presencia no damos crédito. Hace un millón de años, aquella cinta que vino a rodar Raquel Welch al Teide, cuando cogió una amigdalitis en bikini de pieles, produjo semejante impacto, y fue en la prehistoria de los años 60 de una industria que asomaba la cabeza por estas islas de San Juan a Corpus, con hitos como el de Moby Dick, que el gran John Huston concibió como una obra de artesanía con ayuda de los carpinteros de la Isleta. Sylvester Stallone, hoy, como entonces Gregory Peck revoluciona el pequeño hábitat de un barrio y de una isla con su sola planta de estrella de la meca del cine, que es una de las credenciales de rango universal que gozan de mayor trascendencia pública. Los actores y actrices que triunfan en la fábrica de los sueños son objeto de una veneración pagana que todos ejercemos con una reminiscencia infantil que nos conserva niños con la impronta intacta. Stallone ha sido el mito del boxeo del celuloide, un deporte que se cuece en la pantalla como si fuera el duelo perfecto de la existencia humana, donde el combate dilucida todas las cosas en grado sumo, la superación, la supervivencia, el trono del poder y el fracaso, incluso la muerte. En cada Rocky de Stallone estaban todos los sentimientos juntos naufragando o sobreponiéndose al modo que narraba Norman Mailer. De esa saga siguen saliendo secuelas, y ahora mismo se anuncia una nueva edición con su creador en activo paseando por las calles de Tenerife, lo cual resulta también insólito. Entrarás en la sala, y al lado estará Stallone viendo su Rocky en Santa Cruz. A saber.

Así que Rambo está aquí, con el personaje que desternillaba a los críticos cultos de los años 80 y 90, que tardaron en rendirse a la fuerza del héroe de ficción que encarnaba una fábula de ídolo de masas parecida a los superhéroes de Stan Lee, padre de Spider-Man, recientemente fallecido. O sea que Rambo duerme y se despierta en Tenerife, y seguramente le gustará esto y volverá, y nos haremos amigos del mito, como en Las Palmas en los años 50 pensaron de Gregory Peck y le hicieron una ballena de más de 60 metros como en la novela de Hermann Melville. El rodaje de la epopeya del capitán Ahab conmocionó a la ciudad, y sus habitantes se desvivieron por consagrar un momento estelar inolvidable en la discreta existencia provinciana de la insípida vida insular de entonces. Ese shock de vecinos y extras y ballena y balleneros de carpintería de ribera lo narra el propio John Houston en sus memorias A libro abierto. Ahora, las Islas y sus incentivos fiscales engendran una suerte de Canarywood. Esta irrupción de Rambo, que tiene 72 años y enmascara la edad como si todo sucediera bajo una superchería de cinerama, nos crea, por tanto, un estado de incertidumbre. En el bloque cuatro de Los Gladiolos los vecinos esperaban a que rodaran para poder bajar por la escalera, y esto ha sucedido en la realidad mientras el mito traía su fama y su leyenda a nuestras vidas para sacarnos del caso Grúas que es la película cutre del año en el Torrente de nuestra arcadia real. Y el asunto ha generado memes y vídeos de humor casero, y han salido a la palestra los atascos y las réplicas de Rambo, y en parte ha sido un encuentro entre la quedada local y el ídolo que no salió del cómic sino de las tripas del séptimo arte y al cabo de los años nos ha metido a todos en un fotograma, a su imagen y semejanza.

TE PUEDE INTERESAR