el charco hondo

Sanfermines con olas

Resulta tremendamente fácil, y previsible, dejarse acunar por la espectacularidad de las imágenes del mar reivindicándose tierra adentro

Resulta tremendamente fácil, y previsible, dejarse acunar por la espectacularidad de las imágenes del mar reivindicándose tierra adentro, reclamando lo que considera que le ha sido arrebatado, poniendo las cosas en su sitio, exigiendo respeto, recordándonos que no le debemos miedo pero sí respeto. Es sencillo dejarse llevar por la fuerza de los vídeos que estos días lograron que el agua del mar haya inundado los grupos de WhatsApp, reportajes domésticos que se digieren sin masticar, entregándonos al acontecimiento, sí, pero sin detenernos en que para grabar esos vídeos es imprescindible que vecinos, padres, amigos, sobrinos y turistas más o menos accidentales incurran en un pecado poco venial de irresponsabilidad. Basta proponer un ejercicio para confirmar que algunos de los autores de esos vídeos (en Garachico, preferentemente) se expusieron innecesaria, inmadura e indebidamente, colocándose al filo de lenguas de agua que no dan segundas oportunidades. Tal es la potencia de las imágenes que las voces que las acompañan han pasado desapercibidas, y no se debe pasar por alto, así, sin más, la peligrosa costumbre de jugar con el mar cuando el mar no está para juegos. Ni una sola palabra se escuchó de domingo a lunes recordando a los padres o madres de los vídeos que no tiene pies, cabeza, lógica o sentido común convertir las calles de Garachico en un encierro de sanfermines, con un ejército de noveleros corriendo móvil en mano delante de toros de agua. Nuestra convivencia con los incendios nos ha hecho madurar bastante más que la forma, infantil a veces, de gestionar los zarpazos que el mar da de vez en cuando en la costa. Correr delante del agua que galopa avenida o calle adentro es un deporte de altísimo riesgo que exige un reproche colectivo y algo de pedagogía desde lo público. Hay que insistir en que cuando estas cosas pasan ni el fuego ni el agua son toros que se dejen torear fácilmente. Es sencillo dejarse arrullar por las imágenes, pero si algo nos cuentan esos vídeos no es solo el tamaño de las olas, también el de la irresponsabilidad de sus autores. Más vale que se acabe con ese juego antes de que el mar se tome a mal la broma.

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