chasogo

Serenidad

Los botánicos, antropólogos, zoólogos y demás gente culta con insaciable hambre de conocimientos y con un enorme corazón

Los botánicos, antropólogos, zoólogos y demás gente culta con insaciable hambre de conocimientos y con un enorme corazón, dicen, lloran, protestan y proclaman que existen plantas, animales e incluso grupos humanos de etnia difusa que están muy cerca de extinguirse o que, desgraciadamente, se han extinguido, provocando un intenso dolor en las mentes de la gente buena.

Sin embargo nadie habla de los serenos. Naturalmente las generaciones que conocimos esa clase de seres tan especiales y que guardaban nuestras noches de juerga en ciertas capitales y ciudades de nuestra patria (me refiero, claro, a España), han desaparecido o están a punto de desaparecer, por lo que es lógico pensar que, también, desaparezca la “serenidad”, que es como llamo yo al conjunto de serenos.
Aquellas voces que gritaban “¡Serenoo…!” y que el eco contestaba “¡Vaaa…!” (Hay que reconocer que era un eco un tanto extraño, pero también hay que tener en cuenta que se trataba de una época un tanto extraña que, igualmente, estaba a punto de extinguirse, como todas).

El repiqueteo del chuzo o bastón golpeando los adoquines o los ladrillos de las aceras es otro ruido que se ha extinguido. Algunas mujeres modernas, entre otras, se ponen zapatos de alto tacón para que suene igual que el chuzo de los serenos pero no logran dar con el tono exacto. El de las damas es un sonido casi alegre, de baile, de castañuelas, de música y casi, casi, de besos. El que el sereno obtenía con su palo era denso, concreto, seco al tiempo que entrañable, pues significaba que una persona amable se te acercaba para abrirte, con palabras amables, la puerta del portal de tu casa, al tiempo que una mano se extendía, cual reflejo condicionado, para que depositaras en ella un mísero óbolo que iluminaba un poco las densas nieblas de la ya antes citada época.

Se trataba, en el noventa y nueve por ciento de los casos, de personas alegres, con gran sentido del humor y con dotes de atleta. Pues, vamos a ver, son pocas las personas que podrían estar, noche tras noche, contando chistes de Lepe (con todos nuestros respetos a los leperos) y correteando de esquina a esquina, especialmente cuando ya han cerrado todas las tascas del barrio. Pero ellos, los serenos, permanecían con su media sonrisa en la boca (que oliese en ocasiones a tinto barato no los desacredita), con su ágil caminar por las losetas de las calles un tanto oscuras (si, ya no existían las farolas de gas, pero la electricidad de la siempre citada época tampoco era demasiado buena), sin romperse los tobillos o las caderas (realmente lo que se rompe es el fémur, pues la cadera es una articulación) y sin paréntesis incrustados en medio de la conversación.

Vayan estas líneas en recuerdo de aquellos personajes de la noche con alguno de los cuales llegabas a intimar, no porque fueses un jaranero de pro que llegases a casa todas las noches después de las dos de la madrugada, sino porque eras un chico estudioso que ibas a casa de los amigos a repasar los cuarenta y cinco mil sistemas de preparar caldos de cultivo para mantener contento a los meningococos o los trescientos ocho medicamentos ya no usados pero que llenaban las páginas del grueso tomo de la Farmacología. Y si venías algo obnubilado era por el café, no por el alcohol, o por la unión de los medicamentos no usados de la Farmacología bañados en las alimenticias sopas donde se bañaban los meningococos.

Otra especie extinguida. Y como soy de la última generación que los vio, llamó y recibió de ellos su ayuda, de la misma manera pertenezco a una pre especie en peligro de extinción y que está obligada a indicar lo que estamos indicando, para que no la echen, de la misma forma, a algún contenedor de esos de basura, en esos grandes y ruidosos camiones que me despiertan cada mañana a las seis y media de la madrugada.

He dicho.

TE PUEDE INTERESAR