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Sobre el modelo democrático

No son los mejores años para la democracia. Al final de la segunda guerra mundial, Occidente la reinventaba y la hacía suya como el único camino posible después de años de destrucción. Ese modelo que mezclaba libertades individuales, libertad de expresión, liberalismo económico, políticas sociales y partidos políticos para canalizar las ideas parecía apto para los nuevos tiempos, entendiendo que no hay nada mejor que un sistema perfectible. Estados Unidos ya exhibía el modelo desde su fundación, Europa lo abrazaba para regresar a sus orígenes, América Latina avanzaba en su recuperación pero con tropiezos, los países asiáticos lo acogían pese a tradiciones que pesaban en contra. La renovación de autoridades era la marca, como también el imperio de la ley, como también el equilibrio de poderes. Pero quizás de tanto tenerla y disfrutarla, de tanto respirar en esos aires, de pronto la desvalorizamos, la desconocemos. Y surge ahora lo que llaman la fatiga democrática o, peor, el auge de los populismos, que nacen en suelo democrático para corroerlo, para parasitarlo.

A veces no sabemos valorar lo que tenemos, a veces creemos que las libertades se han conseguido sin costos humanos. Mucha gente ha muerto o se ha sacrificado para que podamos pasear por un parque, para que podamos opinar lo que queramos, para que abracemos una causa u otra. La democracia no es un hecho puntual, sino progresivo: cambia, madura y se fortalece con y en el tiempo. Por eso debemos acompañarla, porque es en esencia mutable. Y ese acompañamiento debería comenzar desde la infancia más temprana, en el ámbito educativo. La democracia debe enseñarse, experimentarse, practicarse. La educación ciudadana no es una práctica que se reproduce a sí misma o que cae del cielo. Sin práctica no la reconocemos, sin práctica dejamos de distinguir lo que es opuesta a ella, lo que la corroe y finalmente subvierte. Hoy en día, donde antes había democracia, ahora hay demagogia; donde antes había alternancia en el poder, ahora hay permanencia en el poder.

Tristemente, los tiempos son de violaciones democráticas sistemáticas, y para colmo muchas veces avalada por los mismos votantes. El voto, lejos de ser una palanca de cambio, ahora es el vehículo de intereses inconfesables. La gente vota con rabia (“que se vayan todos”) y no con la razón, precisamente porque no tenemos una educación democrática. Por inacción o falta de propósitos, hemos creado analfabetos cívicos, que creen saberlo todo cuando en verdad les falta todo por aprender. La libertad en democracia, que es casi infinita, nos ha hecho creer que podemos actuar como nos dé la gana, incluso si arriesgamos la pérdida de la propia libertad que nos permite actuar como ignorantes. Respirar de manera inconsciente no significa que no debamos valorar el aire que nos permite vivir.

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