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Franquismos y franquicias

La sorpresa andaluza del 2 de diciembre sin duda ha tenido repercusiones en el Gobierno del Estado español. La primera reacción del presidente Sánchez ha sido imprimir un nuevo e inesperado cambio de dirección a su mandato: ahora sí presentará presupuestos propios para 2019 y toca a rebato a sus indisciplinados socios de la moción de censura para construir un nuevo frente ideológico -“antifascista”, lo denominaría Pablo Iglesias- ante el avance de la ultraderecha de Vox comprobada tras los comicios aludidos. Un giro original y desesperado, el de Sánchez, para facilitar y “dignificar” su supervivencia a toda costa en la Moncloa.

Estamos, de nuevo, a las puertas del neoguerracivilismo, cinco partidos estatales interpretando sus papeles sin salirse del guion de polarización marcado por la historia. Y Pedro Sánchez, por su lado, tratando de ampliar sus alianzas no tan fieles con los afanes confederales de PNV y Bildu y con los secesionistas catalanes y su decisión de no dar ni un paso atrás después del simbólico y frágil “1 de Octubre”.

En esos menesteres tan heterogéneos, Sánchez apela a una exhumación no de los restos mortales de Francisco Franco, sino a una exhumación de lo que había antes de Franco, con el objetivo no oculto de él liderar la banda de la izquierda y dejar a la derecha estigmatizada por los errores históricos de la Dictadura superada a partir de 1978, la fecha constitucional tan celebrada estos días. A nuestro entender, esa es la jugada a largo alcance de Pedro Sánchez y sus hechiceros colaboradores, con proyecto republicano y estructura federal del Estado sin ser perdidas de vista. A corto alcance, la preocupación se centra en seguir en el poder al precio que sea, aunque esa estrategia de emergencia haya sido descubierta por sus socios catalanes, remisos a respaldar los presupuestos anunciados y dispuestos a negarle el pan y la sal de su precaria presidencia. Por ahora.

La aparición sorpresiva de Vox le ha venido a Sánchez muy bien y no ha tardado en rentabilizarla. Vox le resuelve la polarización citada entre su izquierda y la derecha satanizada, y lo coloca a él como garante del ala progresista capaz de “civilizar” la conducta de una izquierda que no se salga de madre. Pero quedan sueltos los nacionalismos radicalizados del País Vasco y de Cataluña y para esos desafueros no tiene muy a mano y a bote pronto recetas convincentes más allá de dejar que el tiempo transcurra y ya veremos.

Mientras, la crisis institucional se cronifica y nadie parece preocupado por cuadrar las cuentas del reino con la Unión Europea, con una deuda pública que no para de crecer tras la moción a Rajoy. Solo la caja de la Seguridad Social, el organismo responsable de las pensiones, superará antes de finalizar este año los 40.000 millones de euros de deuda. Pero de eso no se habla. Ahora el nuevo e inquietante escenario es dibujar unos presupuestos donde no serán tan esenciales las cifras -las adelantadas en octubre ya las cuestionó tajantemente Bruselas- como el mensaje de combatir todos a una al lobo feroz de Abascal. Hay que convencer al electorado fiel de que Abascal y Vox no son sino una extensión de Casado y Rivera, la derecha de siempre. Los hijos del franquismo luciendo atuendos diversos bajo sus respectivas siglas. El demonio.

Sánchez quiere darle un sentido particular a la vieja máxima de George Santayana: los pueblos han de saber que la historia se repite de modo mecánico y hay que prestarse a trazar de nuevo los antiguos alineamientos ideológicos. La política española está sometida a una aventura de final incierto y uno de sus protagonistas más destacados, el señor Sánchez, ha demostrado ya en anteriores ocasiones que el aventurerismo es su fuerte, es un jugador de altas y temerarias apuestas, pero hasta ahora él no va perdiendo, eso no se le puede negar.

Aunque no es lo mismo haberse hecho con el poder orgánico del PSOE, en contra de todo pronóstico, y haber envidado con éxito al gobierno de Rajoy, que enderezar política, económica y socialmente una nación de naciones como es España, que parece instalada en el mismo laberinto de su siglo XIX y buena parte del XX.

Y este es el panorama que se atisba desde más de mil kilómetros de distancia, desde una Canarias cuyo papel en el juego de tronos que se avecina en el Estado al que está atada hasta ahora no parece demasiado claro. Por si esta inquietud atlántica no fuera poca, lo que contempla es cómo en estas islas empiezan a emerger como hongos todas las siglas enfrentadas en el Ruedo Ibérico. El mimetismo es una enfermedad no resuelta de nuestra ciudadanía. Nos cuesta ser originales y pensar y actuar políticamente por nosotros mismos. No nos gustó ni nos gusta el franquismo, pero nos encantan las franquicias, que ya empiezan a abrir las puertas de sus locales en nuestras ciudades y pueblos para repetir en el Archipiélago los consabidos errores de la España peninsular. A las viejas marcas, uniremos ahora las de Ciudadanos, Vox o hasta Equo. Y lo que quedará por venir. El cuento de nunca acabar.

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