tribuna

Chinyero

En noviembre de 1909, para ser exactos el 18, vomitó lavas , cenizas y gases el Chinyero, el último volcán que enseñó lo que contenían las calderas del interior de la Tierra en la isla de Tenerife. Duró sólo diez días y, afortunadamente, nadie resultó herido. Una de sus corrientes de lava se dirigió hacia Las Manchas, pero paró pronto; otra fue en dirección a Santiago del Teide, pero remansó su marcha a la vera de la Montaña de Bilma.

En torno a este volcán se levantan una serie de montañas, no muy elevadas, pero si interesantes: Abeque, la de Los Poleos, Boca Cangrejo (cuya erupción es posible que fuese la que vio Colon en su viaje para descubrir un nuevo continente) y otras muchas, pero queremos destacar una, la del Estrecho, llamada también en ocasiones, la de La Cruz, porque hoy vamos a intentar contar como se puede realizar un paseo por esta zona, subiendo a la montaña citada y contemplando unas vistas que, un día claro, son impresionantes.

Aclaremos que al volcán y sus alrededores se puede llegar desde muchos sitios y que los paseos que la zona permite son muchos y variados, sin embargo esta vez lo vamos a hacer como lo digo yo que, al fin y al cabo, soy el que esto escribe.

Dejemos los coches a la altura del kilómetro 15 de la carretera que lleva de Boca Tauce a Chío (o viceversa) y comencemos a caminar. A la derecha queda Boca Cangrejo y, una vez llegados a los primeros pinos, tomamos la pista que, dejando al Chinyero a nuestra derecha, nos llevará a la montaña del Estrecho. A la cima se puede llegar por una pista, o bien adelantar el camino por unos senderos, unos atajos, más pendientes y menos apropiados para gente poco versada en senderismo…

Y, cuando se corona la parte superior, ante nuestros ojos un panorama de 360º que es difícil encontrar en el resto de la isla, incluyendo el Teide.

Precisamente a este gigante lo vemos, magnífico, frente a nosotros, con el Pico Viejo adosado a él, y la Montaña de Chío, y La Gomera, y La Palma, y las cumbres de Masca, el Risco Blanco, la zona alta de Tamaimo, de Arguayo, y los partidos de Franquis; y pinares, grandes pinares que ponen el tono verde a las montañas; finalmente, una gran extensión del suroeste isleño, el mar, la costa… Después del incendio de 2007 casi llorábamos al contemplar el efecto del fuego. Afortunadamente, los pinos de las islas, los auténticos pinos canarios, no se asustan ante las llamas y retoñan a los pocos meses. La Natura crea unos cuadros dignos de ser contemplados y no solo una vez. Ya mis piernas no me lo permiten, pero durante años, nuestro grupo montañero, subía a la Montaña del Estrecho en cuanto aparecía la ocasión.

Cuando nos cansemos de mirar (una vez llevé a un pariente mío a lo alto de la montaña; se sentó y se quedó tanto rato sin moverse que creí que le pasaba algo e, incluso, tuve que insistir para que volviésemos al coche, pues la noche se nos echaba encima; otra vez, con un matrimonio, médicos los dos, yanquis, pasó lo mismo), bajemos para terminar la circunvalación del volcán.

Dependiendo de las estaciones podremos contemplar taginastes blancos, o poleos, o vinagreras, o aeonium de color de oro viejo, o alhelíes, o gamonas, o escobones o cualquier otra flor que pase por allí. En todo caso, siempre el paisaje es bello. A veces se combina el rojo de las vinagreras con el plateado tono de los poleos; o el frondoso blanco de los escobones florecidos contra las cenizas del Chinyero.

En una ocasión que ya contaré en otro momento, los lotus con sus florecillas amarillas formaban grandes alfombres que cubrían porciones importantes del terreno.

Ahora existe un camino perfectamente trazado que permite la circunvalación, lo que permite sacar fotografías del volcán desde todos los ángulos que se desee. Antes, sin ese sendero tan moderno, el paseo se hacía por trozos de pistas, por trochas o veredas que, si no existían, las creábamos.

También la geología resulta interesante, pues amén del cono volcánico, no muy elevado, podremos ver bombas, malpaíses, tubos volcánicos esculturas trazadas por el fuego, arenales de negra lava o pinos situados estratégicamente para dar más espectacularidad al paisaje.

Naturalmente, todo este esplendor está controlado y dirigido, desde muy arriba, por el Señor de las Cumbres, El Teide que, fotogénico como siempre (si no fuese casi una blasfemia diría que se porta como una supermodelo en una pasarela).

Hemos terminado, o deberíamos haber terminado, la circunvalación del volcán Chinyero; regresemos al punto de partida pasando por las bases de Los Poleos y Boca Cangrejo, estamos de nuevo en la carretera asfaltada. Estoy seguro que la persona que haya subido una vez a lo más alto del Estrecho un día sin nubes o calima no lo olvidará jamás. O es que carece de sensibilidad.

Para mi hija Nuria, que hoy cumple años.

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