el charco hondo

El resucitador

Recupera James McGee, en El Resucitador, a los cirujanos londinenses que a finales del XVIII y principios del XIX no disponían de cadáveres para su estudio, ni para sus clases de disección, y tampoco de leyes que facilitaran esas prácticas en las escuelas de medicina, por lo que recurrieron a los resucitadores, gente sin escrúpulos -y sin recursos- que se dedicaba a saquear los cementerios, robando cadáveres a la carta para vendérselos a los médicos. Siglos después, a las puertas de la tercera década del siglo XXI un resucitador que habría sido tremendamente demandado por los médicos ingleses de la novela de McGee (con escrúpulos y recursos, en este caso), está cambiando el curso de la política española con su capacidad, ilimitada, de momento, para resucitarse a sí mismo con la misma facilidad con la que resucita a otros. Pedro Sánchez tiene un don, una aptitud, la suya, que va más allá de su propio cuerpo, incluso de su voluntad, y así se explica que sin quererlo el presidente del Gobierno de España vaya resucitando todo lo que toca, queriendo o sin quererlo. El país descubrió tiempo atrás que Sánchez es capaz de resucitar, y así lo hizo cuando en su partido le indicaron la puerta de salida. No quedó ahí la cosa. Resucitó por segunda vez poco después, y galopando sobre una carambola tan inédita como irrepetible despertó un día como presidente. El problema de Sánchez es que con ese poder suyo hace cosas sin él quererlo. Ha perdido el control de sus logros como resucitador. Resucitó, volvió a hacerlo, y otra vez, y tanto practicó con él mismo que ya no lo controla, y va resucitando a quienes se le cruzan. Sánchez ha resucitado al PP, rescatándolo del fuego lento donde ardía antes de la censura. No ha resucitado a Franco, pero sí al franquismo que ahora toca en la puerta de las instituciones. Ha resucitado a Ciudadanos. Ha resucitado a José María Aznar. Y, aquí, en las Islas, ha resucitado a Coalición, que ya está tardando en poner un póster de Sánchez en sus sedes, en agradecimiento por el impagable servicio preelectoral (y electoral) que está prestándoles. Si sus dos o tres resurrecciones atienden a algún pacto con el diablo, la factura consiste en condenarlo a resucitar a diestra, pero no a siniestra. Los médicos londinenses de finales del XVIII y principios del XIX se lo habrían rifado.

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