tribuna

El libro

El problema es cuando el libro se separa de este fin justificable y se convierte en la venta de una figura muy personalizada, más que en la promoción de una ideología.

Escribir un libro exponiendo un ideario político es como el desarrollo programático de un proyecto que se oferta a la consideración de los electores. No es lo habitual, pero puede considerarse necesario si en él se desgranan y enumeran las bases de lo que luego va a ser una acción de gobierno. Puede ser un instrumento interno que afiance la formación de los miembros de una organización política. No olvidemos que los partidos, según la Constitución, son vehículos de transmisión de ideas. Pero también puede ser una herramienta de propaganda, dirigida al conjunto de los ciudadanos con el objeto de profundizar con mayor alcance en la difusión de la idea que se quiere proponer. Hasta aquí todo correcto. En este aspecto, el libro de Pedro Sánchez, presentado como un manual, es impecable. Obedece a la descripción de una técnica donde se explica el uso de determinadas virtudes que conduzcan al objetivo principal de un político, y de quienes les apoyan, que es la conquista del poder.

El problema es cuando el libro se separa de este fin justificable y se convierte en la venta de una figura muy personalizada, más que en la promoción de una ideología. Se mezclan aspectos de la vida personal, se describen caracteres psicológicos, y se exhiben sin ningún pudor virtudes, como la tenacidad y la resistencia, para construir una personalidad mítica fuera de toda realidad. Se trata de sublimar el relato al nivel de lo heroico, fabricando una figura cuyo destino es ser idolatrada por las masas, como si se tratara de uno de esos monstruos creados por los programas de televisión que se convierten a la larga en las princesas, o los príncipes, del pueblo. Hoy existen técnicas de marketing sobradamente conocidas para hacer que esto sea posible. Hasta ahora estos mecanismos estaban alejados de la política habitual en un sistema democrático, pero, de un tiempo a esta parte, ha aparecido en la escena el empeño de engendrar líderes indiscutibles que se proponen instalarse en el panteón de los salvadores eternos, precisando de largos periodos en el poder para realizar sus proyectos de transformación social. Un ejemplo claro es el chavismo, que ha sido exportado a nuestro país mediante la figura de Pablo Iglesias, al que se quiere divinizar en un liderazgo indiscutible que ya está empezando a tener sus debilidades.

Sin ánimo de hacer comparaciones, los libros unipersonales envueltos en el mensaje de una ideología política han abundado en la historia de todos los tiempos, y siempre han traído consecuencias nefastas. Recordemos, recientemente, a Mein Kampf, de Adolf Hitler, o a La historia me absolverá. de Fidel Castro, que se convirtieron en los respectivos catecismos para sus seguidores enfervorecidos. En ellos se mezcla la descripción de aspectos personales del ídolo que se quiere instaurar, con ideales de carácter político que luego pasaron a ser puro posibilismo.

Hay un nexo común en lo que se anuncia como la instauración de una nueva etapa, y es la negación de la continuidad para que el cambio sea plenamente efectivo. La existencia natural de las cosas requiere de esa necesaria continuidad. Esa es la base erótica fatal de la vida que tan bien explica George Bataille. Lo discontinuo siempre entraña un peligro para la sucesión normal de los hechos biológicos, donde los cambios están sometidos a largos periodos de evolución para que no sean perceptibles por quienes los viven. Este libro es un aviso permanente de ruptura, desde la primera hasta la última página. Es la inauguración de una nueva era, en la que se niegan todos los vestigios de aquella que la precedió. Hay que tirar el viejo colchón y cambiar las cortinas grises y tristes del despacho de Ferraz.

Amanece un tiempo nuevo, que coincide con el nacimiento del personaje excepcional que lo va a encarnar. Esto es lo relevante y novedoso en este libro. Hacía mucho tiempo que estas experiencias no se ponían en práctica. Menos mal que solo es un ejercicio de sociólogos expertos en el análisis de los mercados y de la publicidad. La mejor forma de contrarrestar estas acciones sobrepasadas es que todos hagan lo mismo. Entonces quedarían neutralizadas y pasarían a ser meras vulgaridades, que es lo que realmente son.

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