Además de hacer referencia a un taquillazo hollywoodiense de los noventa, la máxima de nuestro titulo sigue tan vigente como entonces. Vivimos tiempos en los que resulta muy difícil dirimir si es la verdad o la mentira lo que está más sobrevalorado. A diario nos vemos envueltos en múltiples situaciones que ponen a prueba nuestro esfuerzo y esperanza por convertirnos en cazadores infalibles de la insinceridad. Sin embargo, no existe un determinado comportamiento humano que por sí solo nos ayude a distinguir con precisión los mensajes veraces de los engañosos. Aunque para muchos podría resultar de gran utilidad, no disponemos de una checklist de las señales verbales y no verbales en la conducta de los demás que nos ayude a tomar decisiones, a elegir a la persona correcta, a discernir a quién creer o de quién desconfiar.
La buena noticia es que los seres humanos poseemos una destreza innata para percibir de forma más o menos acertada las emociones de los demás. Algunos lo llaman “olfato”, otros “intuición”, refiriéndose a nuestra capacidad para leer a las personas más allá de las palabras. En este contexto, el rostro se convierte en el lienzo perfecto para transmitir lo que sentimos o lo que queremos hacer creer que sentimos. Nuestra habilidad expresiva puede ser sutil, espontánea, fugaz, intensa o dinámica, pero también somos hábiles a la hora de censurar o enmascarar nuestras emociones.
Indicadores de engaño
En este tira y afloja por controlar lo que expresamos con nuestra cara ponemos en funcionamiento dos áreas de nuestro cerebro, la que controla nuestros movimientos voluntarios y otra que ejecuta movimientos espontáneos e inconscientes que escapan a nuestro control, permitiendo una fuga de señales llamadas microexpresiones faciales, breves e involuntarios movimientos de la musculatura facial que aparecen y desaparecen en menos de un segundo.
Descifrar su significado no es tarea fácil, ya que para ser más precisos debemos tener en cuenta la riqueza comunicativa que tiene el resto de nuestro cuerpo. Los gestos, el movimiento corporal, el uso del espacio, la mirada o la voz que acompañan a nuestras palabras nos aportan una visión más amplia de lo que puede estar pasando dentro de una persona. Y además, gracias a nuestra gran capacidad de aprendizaje, este tipo de habilidades pueden ser entrenadas de forma extraordinaria con la formación y la práctica adecuada.
Emociones ocultas
Podría sorprendernos saber que la ciencia ha demostrado que, por ejemplo, una sonrisa auténtica no suele durar más de cuatro segundos, en caso contrario podría tratarse de una emoción fingida, exagerada, o una forma de enmascarar o reprimir otra emoción oculta como tristeza, ira o miedo.
El estudio más exhaustivo y reciente realizado hasta el momento por los investigadores D. Matsumoto y H. C. Hwang, de la Universidad Estatal de San Francisco, revela que la aparición de un mayor número de microexpresiones en el rostro podría evidenciar el intento de ocultación, engaño o supresión de las emociones. Teniendo en cuenta que cuando mentimos la actividad física, mental y emocional se dispara, así como los sentimientos de culpa, vergüenza, miedo o preocupación, es de esperar que cuanto mayor sea el número de estas expresiones fugaces mayor es la probabilidad de estar ante un posible impostor emocional.
Las implicaciones de hallazgos de esta naturaleza incrementan el interés por el comportamiento no verbal en el campo de las relaciones interpersonales, la gestión de los recursos humanos o la negociación, y, por otro lado, fomentan la continuidad en el desarrollo de tecnologías informáticas que faciliten la predicción de la conducta humana, especialmente en contextos donde la seguridad puede verse comprometida, como aeropuertos o instalaciones gubernamentales. Pero la reflexión va mucho más allá, ya que según el Dr. Paul Ekman, pionero en el estudio de las expresiones faciales, aprender el lenguaje universal del cuerpo, y en concreto el de las microexpresiones, no solo nos ayudará a desarrollar habilidades para detectar el engaño o las incongruencias que se producen entre lo que hacemos y lo que decimos, sino también nos facilita entender mejor el mundo de las emociones proporcionándonos herramientas esenciales para desenvolvernos con éxito en diferentes contextos sociales, personales o profesionales, aumentando nuestra inteligencia emocional, potenciando la empatía, mejorando nuestras relaciones o desarrollando habilidades de comunicación más eficaces.
Esto nos invita a ampliar nuestra visión y a reflexionar sobre nuestra capacidad para interpretar la conducta o emitir juicios sobre los demás, enriqueciendo el abanico de posibilidades que tenemos a nuestra disposición para dar significado a lo que por naturaleza ya podemos intuir.
* Coordinado por Priscila González, Directora de Ser Brillante International Institute