cultura

El diálogo de dos genios que el destino evitó

Los discursos en público de Manrique y las reflexiones de Saramago en ‘Cuadernos de Lanzarote’ permiten construir la conversación truncada entre los dos sabios
Saramago y Manrique| JR
Saramago y Manrique| JR
Saramago y Manrique| JR

El destino no quiso que César Manrique y José Saramago se conocieran en Lanzarote por apenas unos meses. El artista lanzaroteño murió en un accidente de tráfico en septiembre de 1992 y al año siguiente el escritor portugués fijaba su residencia en la Isla de los Volcanes, donde pasaría los últimos 17 años de su vida. Una etapa que coincidiría con la obtención del Premio Nobel de Literatura, en 1998. El novelista de Azinhaga expresó en más de una ocasión su admiración hacia la obra y la conciencia que generó el genio conejero en su isla y denunció reiteradas veces cómo se iba desgastando el ADN manriquiano entre el paisaje volcánico. “No creo en los fantasmas. Si existieran, el de César estaría ahora por Lanzarote dando tirones de orejas a los políticos, a los empresarios y a los ciudadanos que están dejando que la isla se pierda”, sentenciaría.

¿De qué hubieran hablado frente a frente César Manrique y José Saramago? La filosofía vital del artista y la doctrina que aplicó a sus creaciones, expresadas en numerosas intervenciones en público, y las reflexiones del Nobel, plasmadas en su obra Cuadernos de Lanzarote, permiten aproximarnos a un diálogo imaginario entre dos titanes del arte y las letras. Dos hijos, uno predilecto y el otro adoptivo, de una isla que estará siempre en deuda con ambos. Para construir esa conversación que nunca se produjo hemos respetado la literalidad de los escritos y plasmar así la pureza de sus pensamientos. Sus afinidades sobre la armonía de los elementos que definieron sus respectivas miradas a la vida reflejan la sintonía propia de dos sabios que compartieron la misma longitud de onda.

José Saramago: “Regreso a Lanzarote con la impresión, intensísima, de estar volviendo a casa. Aquí las noches son cálidas, tranquilas. ¿Nadie más en el mundo quiere esta paz?”.
César Manrique: “Yo por la noche hablo con las estrellas”.
J.S.: “¿Y qué buenas estrellas estarán cubriendo los cielos de Lanzarote? La vida, esta vida que, inapelablemente pétalo a pétalo, va deshojando el tiempo, parece estos días haberse detenido en el “me quiere”.
C.M.: “Hemos empezado a descubrir que todo está interconectado. Pero hay que seguir adelante, estar vigilantes y mantener viva la conciencia crítica, pues el futuro nunca está conseguido, lo tenemos que hacer desde el presente. Se trata de vivir cara al futuro, contribuyendo a construir una alternativa limpia, inteligente, de calidad de vida”.
J.S.: “El placer profundo, inefable, que es andar por estos campos desiertos y barridos por el viento, subir un repecho difícil y mirar el paisaje negro, desértico, desnudarse de la camisa para sentir directamente en la piel la agitación furiosa del aire y después comprender que no se puede hacer nada más. Las hierbas secas, a ras de suelo, estremecen, las nubes rozan por un instante las cumbres y se apartan en dirección al mar y el espíritu entra en una especie de trance, crece, se dilata, va a estallar de felicidad. ¿Qué más resta, sino llorar?”.
C.M.: “Es que todo tiene un sentido, a partir de un pasado lleno de sabiduría aprendida por experiencia de siglos en observación y necesidad de un clima, de una latitud, de un viento, de una luz y de un increíble paisaje que determinaban un resultado de maneras de hacer, que no se puede improvisar en un corto espacio de tiempo”.
J.S.: “En cambio, la especulación y la ganancia vienen arrasando las Canarias, con la excepción, hasta ahora, de mi isla de Lanzarote”.
C.M.: “Sí, me da pena que en estas islas, después de haber realizado milagros como el de Lanzarote, donde de la nada se creó una utopía, el Gobierno y las autoridades no hayan tenido la suficiente visión de futuro para darse cuenta, en ese momento, de que había que parar y programar para impulsar una industria inteligente del turismo y así acabar con la especulación caótica que se extiende por toda Canarias”.
J.S.: “Sé que un desierto en el cual una voz clama ha dejado de ser un desierto. En cierta manera, porque si no hubiese allí orejas que la oigan, el desierto, apenas la voz se calle, vuelve a ser el
desierto que era”.
C.M.: “Por eso no voy a renunciar, bien sea con mis obras o con mis permanentes denuncias, a la lucha por nuestra supervivencia y por la conservación de nuestro entorno. La suma de todos los individuos es lo que realmente producirá resultados. Cuando una amplia mayoría de la población sea consciente de la fragilidad y equilibrio del todo, seremos capaces de revertir la destrucción que hemos puesto en marcha”.
J.S.: “Yo digo a veces con una ironía un poco triste que lo mejor sería que el hombre se quedara para siempre en este planeta porque si nos dispersáramos por el universo vamos a infectarlo como si fuera un virus. Porque, ¿quién puede asegurar que no somos un virus? ¿Es que no podemos serlo en relación a lo que es infinitamente grande como el universo?”.
C.M.: “A pesar del destrozo al medio ambiente creo que siempre hay una esperanza depositada en personas con fantasías, de buena voluntad y con entusiasmo para poder salvar lo que nos queda. El arte es muy importante, profundo, para no caer en la elemental y pobre vulgaridad de la ordinariez humana cada vez más acentuada, cuando no se ha planificado inteligentemente un despliegue de la llamada educación cívica y cultural”.
J.S.: “En los Jameos, por primera vez, vi cómo un chorro de luz bajaba de un agujero en el techo de la caverna y atravesaba el agua límpida, iluminando el fondo, siete metros abajo, hasta el punto de parecer que podíamos alcanzarlo con las manos. Es necesario ver lo que no fue visto, ver otra vez lo que ya se vio”.
C.M.: “Hay un fenómeno que tenemos la obligación de difundir, que es sencillamente enseñar a ver, ya que el hombre tiene una infinita capacidad de adaptación y de información, para que pueda sentir el enorme gozo del análisis en la totalidad de las cosas y no pasarse la vida mirando sin enterarse por no saber ver”.
J.S.: “Vivimos, nosotros, los que habitamos en Canarias, en siete balsas de piedra erguidas por el fuego y ahora ancladas en el mar, si no contamos unos cuantos islotes que son como barcas orgullosas que no hubiesen querido recogerse al puerto. Aunque no crea en el destino, me pregunto si al escribir La balsa de piedra no estaría ya buscando, sin saberlo, la ruta que siete años después me había de llevar a Lanzarote”.
C.M.: “En los viajes, la cultura se nos brinda de una manera fácil y natural. Las experiencias de siglos y la infinita sabiduría del equilibrio planetario no han sido entendidas por el hombre, que en su brutal y despótico empeño en ser la inteligencia máxima del cosmos ha destruido sistemáticamente todo aquello que emanaba belleza propia. En el caso de Canarias, nunca hemos tenido una conciencia exacta del gran lujo que significa vivir aquí, del mejor clima del mundo que disfrutamos y del lujazo que tenemos en nuestras manos para crear riqueza a través de una industria turística planificada inteligentemente. Esa ha sido mi lucha”.
J.S.: “En mi caso, un sentimiento de responsabilidad me obliga a desear que el visitante solo se lleve de aquí buenos recuerdos, esto es, que día y noche, el tiempo, el cielo, el mar y el paisaje hayan estado perfectos, que el viento no haya soplado demasiado, que ningún turista distraído o mal educado haya tirado en el camino una lata de Coca-Cola o un paquete de cigarrillos vacío, que ningún residente haya infringido el código no escrito que le manda comportarse como ejemplo de civismo cotidiano, que por eso, me parece a mí es por lo que tenemos el privilegio sin precio de vivir en este lugar”.
C.M.: “Es muy sencillo. Se trata de vivir cara al futuro, contribuyendo a construir una alternativa limpia, inteligente, de calidad de vida. No debemos desfallecer, hay que seguir adelante”.
J.S.: “No pudiendo reconstituir el pasado, somos tentados a corregirlo. No en el sentido de enmendar los hechos de la historia (no podría ser esta la tarea de un novelista, como es mi caso), pero sí, si se me permite la expresión, introducir en ella pequeños cartuchos que hagan explotar lo que hasta ahí había parecido indiscutible: con otras palabras, sustituir lo que fue por lo que podría haber sido”.
C.M.: “He repetido hasta la saciedad el cuidado que debíamos tener en la planificación urbanística, pero la miopía de los gobernantes y el afán de riqueza de los especuladores están derrumbando irremisiblemente el futuro”.
J.S.: “Alguna cosa está definitivamente equivocada en el ser humano. Me moriré sin saber el qué”.
C.M.: “La muerte me parece una maravilla, porque no tengo la responsabilidad de seguir existiendo para poder hacer las cosas más atrevidas y divertidas”.
J.S.: “Cuando estoy sentado frente al mar, pienso que ya no quedan muchos años de vida, y entonces comprendo que la felicidad es apenas una cuestión personal, y que el mundo no será feliz nunca. Recordar lo que se hizo y parecer tan poco. Decir: si tuviera más tiempo…, y encoger los hombros con ironía porque son palabras insensatas. Siempre se muere demasiado temprano”.
C.M.: “Cada día es un regalo que Dios nos hace y la naturaleza nos brinda. Vivimos tan corto espacio de tiempo sobre este planeta que cada uno de nuestros pasos debe estar encaminado a construir más y más el espacio soñado de la utopía”.
J.S.: “Lo que has hecho por Lanzarote es algo que quizá todavía los lanzaroteños no tengan una percepción completa. Más allá de Timanfaya, el Mirador del Río, los Jameos… Has implantado aquí un espíritu. Si se pierde, Lanzarote se acabará. Nadie ha amado tanto esta isla como tú”.
C.M.: “Si tú amas la naturaleza profundamente, hay una correspondencia. Es algo mágico”.

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