el charco hondo

Procesos primarios

Aunque también contemplan la representación de objetos con imágenes reconocibles, las exposiciones de arte figurativo que los distintos partidos están montando estas semanas trabajan en mayor medida la verosimilitud del realismo, la distorsión del idealismo o ese intensificar algunos aspectos generando caricaturas; sin desdeñar, eso sí, cómo abordan la configuración de las listas electorales desde el feísimo, el arcaísmo o el simbolismo más ramplón. Estas semanas de furia en las sedes de los partidos, días de truenos, empujones y relámpagos, los partidos han sustituido los procesos participativos por procesos figurativos. O surrealistas, incluso. Nada es lo que parece. Mejor podrían los distintos partidos dejar de disimular. Cabría proponerles que abandonen la pose, que se ahorren el paripé -y nos lo ahorren, de paso-. Estaría bien que vuelvan a lo de antes sacudiéndose este esfuerzo, absolutamente inocuo, de tunear lo de siempre disfrazándolo de participación, éste aparentar que ahora militantes y simpatizantes deciden quién va en las listas. Podemos forzó años atrás al resto de formaciones a tomar las decisiones siguiendo otras dinámicas -sobre el papel para democratizar las decisiones-. Años después, poco o absolutamente nada queda de aquello. Iglesias acabó desnaturalizándolo cuando forzó una votación que redujo a los suyos a la extravagante condición de avalistas de la hipoteca de su chalet -o eso o se iba, dejándolos abandonados a su suerte-. Años después los demás partidos, que en aquel momento tuvieron que comerse el sapo de los procesos participativos, hacen como que sí, pero no. Son las direcciones las que como antes, ahora y siempre configuran las listas, premiando a los fieles, apartando a aquellos de los que no se fían, ajustando cuentas, purgando, incluso haciendo trampas. Llámense primarias, procesos participativos o figurativos, han degenerado en envoltorios con los que vestir de asamblearios mecanismos que se gestionan, mueven y controlan para que finalmente cumplan su misión real: refrendar lo que quieren las direcciones. Estaría bien que se ahorren la farsa; y, sobre todo, que liberen a los militantes de tomarse la molestia de creerse decisivos. Si las cosas son como antes, háganlas como siempre. Metan en las listas a los que aprueben el test de lealtad, y listo. Sacúdanse el engaño o fingimiento para guardar las apariencias y conseguir lo que se desea, el paripé.

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